« Home | Entrevista a Pinochet sobre el golpe » | El desafío neoliberal » | Hacer un golpe ‘a la chilena’ » | Militares en política: una antigua tradición » | Los nuevos chilenos, desde 1990 hasta hoy » | Desmantelar la CNI: prisión de Manuel Contreras y ... » | Prensa y medios de comunicación durante la transición » | Música en la transición » | El difícil retorno de la extrema izquierda durante... » | El día en que Chile dijo ¡No! » 

jueves, marzo 08, 2007 

Hacer la historia del presente

Por Ignacio Muñoz Delaunoy (profesor de Historia ultra Contemporánea)


Aplicar nuestros instrumentos de ánalisis a la ‘zona prohibida’ del historiador

Timoty Garnton Ash nos dice en el prólogo de su Historia del tiempo presente: “...muchas personas –no sólo los historiadores profesionales, sino la mayoría de los árbitros de nuestra vida intelectual– opinan que es necesario que pase un mínimo período de tiempo y que se disponga de ciertos tipos establecidos de fuentes documentales para que se pueda considerar que una cosa escrita sobre ese pasado inmediato es historia”.

Tiene toda la razón. Hasta hace poquito lo más próximo al horizonte de uno era la llamada “historia contemporánea”, que abordaba todos los temas que hoy nos interesan, pero con la exigencia restrictora de que debía haber, entre el historiador y su tema, una distancia suficiente para se creara una “perspectiva”.

Esta idea, comenta el autor, es bien estrambótica. Porque supone “afirmar que la persona que no estuvo allí [encima de los hechos] sabe más que la que estuvo” (Barcelona, Tusquets, 2000, p.12). En realidad la cosa es más complicada que lo que plantea Garton Ash. Los historiadores no pretenden que la apreciación de un observador que se encuentra a diez cuadras de un choque, tenga ventajas respecto de la que goza un testigo presencial o una víctima. Eso sería una tontería. Lo que afirman es otra cosa, acaso más grave: los miembros de nuestra comunidad profesional están convencidos de que uno puede entender históricamente sólo las cosas que están más alejadas. Dicho al revés, que no es posible dialogar, como historiador, con los hechos que están más a la mano (los que pasan alrededor nuestro).

Eso no quiere decir, puntualmente, que los historiadores estén impedidos para formular puntos de vista sobre situaciones de su tiempo, tal cual hacen los periodistas o los cientistas políticos. Lo que se intenta representar con esta idea es que ellos no pueden tratar esos temas con el delantal del historiador encima. Lo harán a nombre propio, como cualquier persona adulta, bien informada. Nunca desde 'dentro'.

Este curso no comulga con el planteamiento expuesto. Trata materias que están vivas: vivas porque están en pleno curso de desarrollo –vean por ejemplo lo que ha pasado, hace no mucho, con el funeral de Pinochet–, hechos animados por protagonistas que no son espectros remotos, sino seres vivos con los que quizás podamos cruzarnos, hechos que uno espontáneamente mira con recelo porque tratarlos obliga a dialogar con los expertos el presente (sociólogos, economistas, cientistas políticos, periodistas).

E intenta iluminar estas materias contemporáneas con la óptica que ofrece la historia. No por capricho personal, sino por un conjunto de razones que son motivo de discusión para los cultores de una especialidad surgida hace poco, llamada “historia del tiempo reciente”.

La historia del tiempo reciente es hija putativa de la historia contemporánea. Es ‘reciente’ porque se ocupa de de eventos que están a la vuelta de la esquina, pisándonos la cola. De hechos que no nos resultan extraños ni distantes, porque son parte de nuestra propia bitácora personal, en calidad de actores, testigos directos o espectadores indirectos. Quizás se trate de episodios tan próximos como para que todavía no hayan sido impresas las obras que aborden muchas de sus aristas, tan próximos como para que las fuentes informativas que necesita el relato estén requisadas al interés del investigador, debido al celo de algún funcionario u organismo que haya decidido ‘clasificar’ esa información.

Se ocupa de procesos cuya conclusión desconocemos. Medio acabados, borrosos, pero no por eso menos históricos. Porque este enfoque novato no es infiel al espíritu del historiador. Mira los hechos con los mismos lentes que usan los investigadores para tratar fenómenos muy remotos, trata de hacerlos inteligibles poniendo en ejercicio las mismas estrategias de significación que son socorridas para traer luz sobre lo extraño. ¿Dónde nos topamos con economistas o periodistas? Estos especialistas construyen explicaciones ‘cortas’, que miran los momentos del presente como si estuvieran desconectados de raíces con el pasado (como si su única conexión real fuera con un contexto próximo, a veces referenciando a leyes de la conducta o de los mercados).

Los historiadores, en cambio, se sienten cómodos solamente con las explicaciones largas: tratan los hechos como experiencias únicas, cuya significación logra ser revelada sólo cuando un relato logra hacer sentir al lector que ese eslabón es un momento más de los que informan un largo proceso de cambio. El tema tiene muchas ventanas. Lo importante es esto. Como nuestras explicaciones son genéticas, los especialistas sienten que no se puede hablar de las cosas de hoy sin hablar, a la vez, de todas las cosas que las antecedieron y las que vinieron a continuación, hasta llegar a un final (que lo aclara todo con sus luces regresivas). Sienten, por lo mismo, que la historia ultra contemporánea tiene un fallo de origen, ya que su asunto son datos aislados de una secuencia inconclusa, un chiste sin remate...

La falta de perspectiva para penetrar los alcances de los procesos no es el único problema. Hay otro. Los historiadores creen que si cruzan la frontera prohibida que separa el pasado del presente, habrán renunciado, por ese mismo acto, a la posibilidad de dar un tratamiento templado a los hechos. El estatuto distinguido de que goza la profesión, como árbitro único de las verdades históricas, quedará menoscabado.

El asunto de la objetividad

Los historiadores suelen hablarnos con aire de ecuanimidad de cosas que han sucedido hace mucho tiempo. Juntan sus documentos, describen con todo pormenor los acontecimientos y luego intentan ayudarnos a comprender por qué esos hechos debieron suceder de esa manera y no de cualquiera otra.

No les interesa hacer generalizaciones como las de los filósofos, los científicos o los sociólogos, para los cuales los hechos son simples ejemplos de las leyes. Los historiadores no se sujetan a teorías o métodos como lo hacen los científicos –teorías y métodos que garantizan que cada vez que se analice un caso de ciertas características tendremos que extraer las mismas consecuencias–. Lo que hacen es describir con máximo detalle instancias singulares y relacionarlas con su contexto (entendiendo 'contexto' como toda esa larga cadena de acontecimientos, presentes o muy pasados, que contribuyeron de algún modo a dar dirección a la tendencia).

¿Cómo logran que la gente crea que son jueces neutrales, dispuestos a dejar que los hechos hablen de sí mismos? ¿como logran que la sociedad los acepte cómo los únicos especialistas calificados para decir cosas verdaderas del pasado?. Pensamos que las cosas que nos cuentan son ciertas porque sabemos que son personas estudiosas que nos hablan con mucha gravedad de ellas, como si no les importaran realmente. Creemos que son objetivos porque logran ser capaces de librarse de gustos, tendencias políticas, axiómas valóricos, permitiendo, con ello, que los hechos muestren sus valencias sin interferencia.

Esa equidistancia, que nos hace considerar sus relatos como verídicos o razonables, desaparece cuando el tema de sus relatos son sucesos muy recientes. Por eso no nos gusta nada la historia del tiempo reciente. Preferimos dejársela a los periodistas.

No importa cuan prolijo sea el investigador en el análisis de los datos, cuan correcto sea en la aplicación de sus métodos, ni qué tan concienzudo sea en la exposición de sus resultados: siempre vamos a sospechar que se trae algo entre manos, cuando aborda materias contingentes. ¿Quién fue Allende?, ¿un héroe que entregó su vida por la causa del pueblo? ¿una víctima del capitalismo y el imperialismo?, ¿un precursor de la social democracia en el mundo?, ¿la cabeza de un proyecto político desastroso del cual los chilenos pudimos librarnos a tiempo gracias a la valentía y determinación de las fuerzas armadas? ¿un pésimo gobernante que se dejó desbordar por la izquierda extrema?.

Estamos convencidos de que si escribimos de cosas que no están muertas para nuestros intereses actuales, no podremos podremos ser objetivos. Donde hay interés, donde hay dolor, donde hay ansiedad se acaba la historia: ese es el reinado del experto en el tiempo corto.

Este desprendimiento es un error. No hay razones para que nos hurtemos a todo lo que nos importa, como ciudadanos o como personas. No hay razones para nos quedemos al margen del debate que se ventila en los medios, en la industria cultural, en la política.
¿Cómo podemos suponer que es preferible documentar nuestros relatos con los reportes de testigos de testigos muy distantes, por sobre los que nos ofrecen testigos presenciales, que estuvieron en medio de los hechos, o nosotros mismos, en tanto protagonistas de nuestro presente? ¿cómo podemos suponer que uno es mejor juez de las cosas que no le interesan, por encima de aquellas que interpelan nuestras emociones y valores éticos más profundos?.

La historia reciente es muy riesgosa, porque duele mucho, porque hay más perturbaciones de factores emocionales cuando uno describe y explica cosas que ha vivido, porque falta perspectiva para evaluar ciertos fenómenos, cuya importancia solo se puede aclarar regresivamente, pero, y esto es lo importante, no plantea problemas epistemológicos distintos a los de cualquier historia, incluida la que se ocupa de temas muy alejados de nuestro presente.

Los desarrollos recientes de la teoría nos han persuadido de que uno es tan tendencioso cuando escribe sobre la legislación laboral del siglo XVI, sobre las rutas comerciales del siglo XIX, como lo es cuando escribe sobre Allende o Pinochet. Todavía más. Desde las premisas del marco teórico en que yo me muevo, junto con todos los teóricos postmodernos de la historia, lo que cabe decir sobre la historia del tiempo presente es que esta no existe: “toda historia es historia del tiempo presente, en un grado importante”. No sólo por los motivos apuntados por Croce, queriendo implicar que la motivación para escribir y leer historia es encontrar respuestas para los problemas de nuestro presente, mucho más que traer luz sobre aspectos del pasado mismo. También por esas razones mucho más densas e interesantes apuntadas por Gadamer en su Verdad y método: los prejuicios, las preconcepciones, los axiomas, todo aquello que nos ata a la tradición, no sólo no constituye, como se cree, un obstáculo que limita el logro del conocimiento; nuestras visiones, intereses, predisposiciones, nos aportan el único factor de posibilidad real para entablar un diálogo directo con los textos (para familiarizar el pasado, extrayendo de él una parte de su carga de sentido original).

Debido a esto es que los historiadores ya no queremos dejar la historia de las cosas más actuales a los periodistas. Pero esta determinación no está exenta de riesgos. Los historiadores que estudian hechos muy antiguos no cuentan sino con unos pocos documentos mál conservados. Los historiadores del tiempo reciente enfrentan el problema contrario: ellos tienen a su disposición una gama muy amplia de documentos, entre los que se incluyen los clásicos textos, pero también registros sonoros, visuales, a los que hay que sumar también información más intangible, como la contenida en los mail, para la cual no existe ningún protocolo técnico de uso, ninguna norma de citación. Aquí la escases se vuelve abundancia. Hay más de todo, desbordando las capacidades individuales de cualquier inteligencia.

Esos no son los únicos problemas que se plantean a quienes intentan escribir la historia de los hechos recientes. Está el problema de los silencios forzados de muchas fuentes, que están fuera de circulación, ya porque los productores quieran mantenerla clasificada durante algún tiempo, ya porque no se haya hecho todavía un esfuerzo clasificatorio mínimo que permita su uso. También el problema de tener que hacer sentido de procesos cuyas consecuencias finales no conocemos, porque están en pleno desarrollo. Hay dificultades para regalar. Piensa en las que se te ocurran y conversemoslas en clase.

Una ampliación de esta discusión en la siguiente nota.

Datos del creador

  • Ignacio Muñoz Delaunoy
  • Oriundo de RM, Chile
  • Este blog fue creado para desarrollar un trabajo colaborativo con los alumnos del curso "Chile contemporáneo" de la universidad Finis Terrae.
Mi perfil