sábado, mayo 19, 2007 

Crear 'poder popular'

La Unidad Popular es un proyecto político-intelectual fascinante, que intentó construir un socialismo auténtico, que supera la falsificación del ideal perpetrada por los bolcheviques. ¿Qué puente de sentido puede ligar el sueño de integración social, lograda desde la comunidad, que ha sido un anhelo antiguo de tantas sociedades en el pasado (y el presente) con la fórmula tan terrestre de 'socialismo real', que se hace operativa a través de dictaduras de partido único?. El ‘modelo soviético’ de socialismo, quedó claro, servía para muchas cosas. Representaba, por ejemplo, una fórmula bastante conveniente para provocar desarrollo económico acelerado en países atrasados y para lograr cuotas importantes de igualdad. Pero no servía para una muy importante: para cimentar un verdadero sistema socialista que se constituya, como fuerza histórica, sobre las espaldas de las energías sociales de los colectivos que conforman un pueblo.

Una dictadura es una dictadura. Y en ellas, sean del tipo que sean, las personas y las comunidades gravitan realmente poco.

El socialismo auténtico, pensaban los chilenos, necesita seguir una ruta distinta de las recorridas. Porque todas ellas constituyen, de algún modo, remedos o desviaciones del modelo soviético. Urgente una ingeniería social que transforme en protagonistas a las personas y no a los burócratas del régimen.

¿Cómo llegar eso? En Chile se ve difícil. La nuestra es una sociedad cautelosa, gris, mucho más inclinada a la conservación que el cambio real. Los chilenos son ciudadanos socialmente apagados, recelosos e individualistas. Algo similar pasa con los colectivos que ellos conforman. Apáticos y domesticados. ¿Por qué faltan razones para levantarlos en la ira? Nada de eso. En este suelo tercermundista hay inequidades profundas que agravian a tantos, hay contradicciones graves que podría levantar cordilleras de cambio. Al lado de eso, hay innumerables motivos alegres que podrían comprometer voluntades muy amplias, energías sociales positivas para forjar un arte popular, deporte popular, empresa popular, un proyecto político verdaderamente inclusivo....; energías que sirven para instalar afirmaciones socialistas y no sólo para derribar los muros capitalistas. Es cierto que estas fuentes de energía social se encuentran adormecidas y, hoy por hoy (dirían entonces), resultan funcionales al orden individualista burgués. Pero con la colaboriación de una buena ingeniería social ¿no sería despertarlas con un beso, como a la Bella Durmiente, para reutilizarlas en forma constructiva, transformadas en el eje de un proyecto distinto de transición al socialismo? Eso hay que hacer. Hay que aplicarse a eso, usando todos los medios disponibles: no solo la perorata política, también la fiesta del arte y la participación amplia, en cualquier ámbito posible de la vida. Pero ¿quién puede operar ese milagro...? Debe ser el propio gobierno popular el responsable de dar este empellón inicial que es esencial para la construcción de un socialismo auténtico.

Se ve esto todo el tiempo en la Unidad Popular. Se trata de un régimen que se levanta sobre la premisa de una participación activa y masiva de la gente, en los distintos planos de la vida política, económica, social y cultural. La UP es un proyecto ciudadano. Quiere la participación de la gente en todo nivel. Nada de arte o cultura elitaria. Arte y cultura de masas. Esa es la idea. En el terreno específicamente político, esta vocación de masas se traduce en la voluntad de levantar, al lado de una columna clásica de respaldo político que se articula en torno de los partidos marxistas, una quinta columna de apoyo directo de las masas. Se llamó a esta fuente de energía social y de legitimidad el “poder popular”. El conjunto de organizaciones sociales de base que debían actuar como pilares del proceso de transformación impulsado por la UP y que debían colaborar a su defensa frente a los múltiples enemigos internos y externos.

El “poder popular” es un concepto. Pero también es una estrategia. Para dar una base más firme a su proyecto, los teóricos de la UP consideraban esencial crecer hacia el centro, ganarse el apoyo de los sectores medios. Daban por descontado que contarían con el apoyo del obrero y los sectores marginales de la sociedad.

¿Cómo les fue con esto? ¿fue la clase trabajadora una leal sostenedora del proyecto? ¿pudo contarse con el apoyo de las clases medias y de los sectores marginales?

Analicemos los datos que nos dio la historia para ver si avalaron los supuestos de los teóricos del régimen.

Para conformar esta quinta columna era esencial, primero, movilizar a los sectores populares y medios. Para eso se utilizó, hemos visto, las políticas redistributivas. La Unidad Popular, recordemos, quiso mejorar las condiciones de vida no solo de los obreros, a la manera clásica de los partidos marxistas. Se propuso hacerlo también con los sectores marginales de la sociedad y con los sectores medios. Para lograrlo no solo forzó alzas salariales y fijó los precios, sino también impulsó la sindicalización, los movimientos sociales.

Detrás de las huelgas, las tomas, solía haber funcionarios del gobierno, actuando siempre del lado de los reclamantes. Al principio se actuó con muy buena voluntad, para provocar esta movilización, en el entendido de que estas acciones comunes significarían al gobierno ganarse este capital social, poder sumar, a su propio proyecto, las energías sociales que el gobierno mismo había ayudado a liberar. Pero pronto el moderado gobierno comenzó a verse desbordado por todos lados. Algunos partidos de la coalición se subieron por el chorro e intentaron ir más allá de lo que era política y económicamente razonable. Ellos predicaban la necesidad de “avanzar sin transar” y apoyaban todas las acciones anti-institucionales, ante la mirada consternada de Allende y los moderados.

Pero eso no fue lo más importante. Lo más importante fue que muy pronto los distintos actores sociales comenzaron a actuar bajo impulsos propios. Esto se evidenció en el aumento del movimiento huelguístico. En 1969 hubo 977 huelgas. En 1972 esa cifra había subido a 3.287. Huelgas en las ciudades, huelgas en el campo. De obreros, de empleados, también de profesionales. Donde fuera, por lo que fuera (generalmente en búsqueda de beneficios sectoriales, muy infrecuentemente en defensa de las transformaciones impulsadas por el régimen). Bastaron dos años de Allende para que el actividad huelguística quedara bajo completo descontrol. Hacia 1972 este movimiento estaba completamente descontrolado y estaba desestabilizando la economía.

No había como financiar estos incrementos salariales. Cuando se acabó la plata del chanchito, el gobierno debió comenzar a costear los aumentos salariales con emisión. La cantidad de dinero que daba vuelta por la economía se elevó una y otra vez (en los mil días de Allende ese aumento fue de un 1.345%), haciendo que estallara un espiral inflacionario que asustó mucho a Allende. Pero qué hacer. Con una sociedad que se había movilizado hasta tal punto resultaba poco menos que imposible abandonar la política redistributiva e imponer algo de orden y sensatez en los trabajadores y empleados.

Se estaba perdiendo por el lado económico. Pero quizás se estaba ganando por el político. ¿Fue así?.

La verdad es que no, para sorpresa del círculo que rodeaba al presidente. Es cierto que se había logrado obtener el apoyo de los sindicatos y que la CUT pudo ser integrada de manera efectiva en la dinámica de funcionamiento del gobierno, pero lo cierto es que los sindicatos representaban una porción mínima de los trabajadores del país y que la CUT misma tenía poco poder sobre sus afiliados.

¿Cuántos trabajadores estaban efectivamente disciplinados por el sindicalismo? En la elección celebrada en la CUT en 1972 sufragaron solamente 291.400 trabajadores y 146.000 empleados. Una minoría. Pero ni siquiera una minoría disciplinada y leal al gobierno. La CUT tenía poco control sobre los sindicatos asociados, que actuaban por sus propios fueros. Fue para peor cuando la CUT quedó en manos de los DC, en 1972 (quedó en manos de la oposición). Se comenzó a poner de manifiesto una gran ironía: el movimiento sindical organizado, presuntivamente parte de la quinta columna de la UP, estaba dando impulso a huelgas destinadas a desestabilizar al gobierno. Eso fue manifiesto, por ejemplo, con la huelga del Teniente, en abril de 1973, y en tantas otras. Tema curioso: los beneficiados por las expropiaciones y las tomas no mostraban ninguna disposición a apoyar las políticas de la UP pues temían que ellas pudieran afectar sus privilegios recién adquiridos. En lugar de sumarse a la quinta columna del gobierno, muchos de ellos se pasaban a la oposición.

Pero esta era solo la punta de iceberg. Si los trabajadores organizados, que concentraban casi todos los beneficios que les daba el ‘gobierno del pueblo’, qué decir de los otros, de los que no eran parte del movimiento sindical. Las trabajadoras (que votaban oposición en un 61%), también los trabajadores de industrias y comercio que temían ser expropiados o afectados por el monopolio de producción y distribución del estado, que votaban oposición. También los campesinos. Los beneficiados por la reforma fueron un sector minoritario, en torno al 20%. El resto, compuesto fundamentalmente por minifundistas, temía al colectivismo y votaba con entusiasmo DC, no UP. Pero también eran ‘desleales’ los marginales, los que se tomaban tierras en el campo o las ciudades. No solo no votaban UP, sino actuaban en contra de ella.

¿Qué tenían de UP estos sectores? La verdad es que muy poco. Fueron ellos los que se dejaron seducir por los agitadores de extrema izquierda y derecha e hicieron tomas violentas o boicots que menguaban la autoridad del presidente, que ponían en entredicho a los sectores moderados que querían socialismo con democracia, que luchaban por solucionar los conflictos en forma pacífica.

¿Quién siguió de verdad la política de movilización de los teóricos, siendo fieles a sus auténticas inspiraciones?

Un reducido sector, aquel que dio vida a los cordones industriales, hacia octubre de 1972. Los cordones fueron organizaciones espontáneas, afirmadas en instituciones locales, juntas de vecinos, instituciones deportivas, etc., no partidistas, independientes de la CUT y de toda organización sindical, creadas en los cinturones poblacionales que rodeaban Santiago, donde estaban las industrias. Se formaron para defender al gobierno de la amenaza representada por el paro, para defender a sus comunidades de cualquier amenaza, para poner a funcionar sus fuentes de trabajo. Fueron realmente fuentes de poder popular. Pero su existencia fue transitoria. Participaron cerca de 100.000 personas durante el paro de octubre. Cuando se terminó ese paro se disolvieron. Volvieron a constituirse en forma más tímida durante el paro de junio de 1973, y tuvieron cierta participación en la resistencia que se produjo en septiembre de ese año. Pero la verdad es no solo fueron realidades transitorias. Además suscitaron serias suspicacias en el gobierno que sentía que no las podía controlar. Qué decir en la oposición.

Movilización descontrolada en 1972, energías sociales despiertas y vitales, pero que se mueven en direcciones que no habían sido previstas y deseadas por quienes habían ayudado a levantar este capital social. Esto queda de manifiesto cuando aparecen algunos botones sueltos de violencia, que luego adquieren una continuidad desgraciada cuando el país político entra en para cardio-respiratorio, viene el golpe militar y lo demás....

En junio de 1971 un grupo extremista conocido como Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) asesinó al ex ministro del interior de Frei, Edmundo Pérez Zujovic. El país reaccionó airado ante este crimen, que llevaba la política para otro lado. Entre los asesinos se contaban terroristas que habían sido indultados por Allende en diciembre de 1970, haciendo gala de esa ambigüedad que caracterizará su actitud ante el extremismo armado. Allende rechazaba la vía armada, pero se refería a los terroristas como “jóvenes idealistas”, jóvenes que buscaban lo mismo que él, solo que por el camino incorrecto. Se le pidió a Allende que actuara con extrema dureza con el VOP y el MIR. El VOP fue desarticulado, pero no pasó nada con el MIR.

No es que Allende apoyara al extremismo, pero se sentía atado de manos para atacarlo de frente, tal como le pasaba con las organizaciones populares que hacían las tomas o pedía aumentos salariales sin límite. Su posición politica era demasiado precaria. Los sectores de la izquierda extrema, influidos por el guevarismo, advertían esta contradicción y presionaban por profundizar los cambios, ‘avanzar sin transar’.

La fila de los guevaristas se vio engrosada a fines de 1971, cuando el congreso de La Serena del PS, apoyó la linea guevarista, eligiendo a Carlos Altamirano, en lugar de a Aniceto Rodríguez. Tenemos entonces, del lado de los defensores de la vía armada, al MIR, el PS. También una fracción del MAPU. Esta organización se dividió en dos: la que retuvo el nombre del partido, liderada por Oscar Guillermo Garretón, que adscribió al guevarismo, y la más moderado, afin con los comunistas, llamada MAPU Obrero y Campesino, presidida por Jaime Gazmuri. La Izquierda Cristiana, conformada por antiguos DC y MAPU proclives al proyecto de la UP, pero sin el componente de marxismo, se sumó el 72 a la línea guevarista.

Ya era claro que la doctrina oficial de la “vía pacífica al socialismo” dejaba de ser mayoritaria. En adelante debería decididos ataques desde dentro.

Es por todo esto que cuando Fidel Castro se vuelve a su país, luego de la larga visita que realizó a fines de 1971, declara: “Regreso a Cuba más revolucionario, radical y extremista de lo que vine”. ¿Era posible realmente un socialismo democrático, una vez que uno analizaba la dinámica real del proceso chileno, considerando tanto los enemigos internos como los externos, que vamos a ver ahora?.

El grupo cercano a Allende comenzó dudar de esa posibilidad, lo mismo que Fidel. Pero ya era tarde para forjar una fuerza militar solvente, que pudiera servir de contrapeso para el golpe inminente.