jueves, marzo 29, 2007 

Lecturas para primera prueba

Estimados y estimadísimas, las lecturas de la primera prueba son:

a) Alan Angell: "La izquierda en América Latina desde c. 1920", en Leslie Bethell, ed., Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, 1997, vol. 12, pp.73-131. Este artículo hace un excelente repaso que pone muy en perspectiva los alcances de la experiencia de Allende.

b) Julio Pinto: "Hacer la revolución en Chile", en J. Pinto, Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (Santiago, Lom, 1993, pp.9-33). En algo más de veinte páginas el autor examina las importantes divergencias que existían al interior de las fuerzas leales a la UP y va viendo como ellas minan por los pies ese proyecto, hasta hacerlo completamente inviable.

c) Alan Angell: "La Vía Chilena al Socialismo", en A. Angell, Chile de Alessandri a Pinochet: en busca de la utopía (Santiago, Andrés Bello, 1993, 61-90). Un segundo aporte de Angell, que destaca en forma apropiada los alcances del peculiar intento de la izquierda chilena de llegar a la revolución, por camino distinto al seguido por todos los 'socialismos reales'

d) Alain Rouquié y Stephen Suffern: "Los militares en la política latinoamericana desde 1930", en Leslie Bethell, ed., Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, 1997, vol. 12, pp.73-131.

e) Cristian Gazmuri: "Una interpretación política de la experiencia autoritaria (1973-1990)". Este artículo nos entrega una de las visiones más claras y correctas del régimen militar. El autor fue muy gentil con ustedes: puso todo eso en muy pocas páginas.

martes, marzo 27, 2007 

Transición vista desde fuera

Cuesta mirarse el ombligo. La transición es un proceso inconcluso, en más de un aspecto, cuyos contornos resultan difíciles de discernir desde dentro. A nuestros visitantes les sale más fácil discernir las formas en que nosotros vivimos. Su lectura siempre es refrescante y vitalizadora. Ofrezco a los lectores de este blog el punto de vista de Timoty Scully, conocido estudioso de la historia política chilena. Agrego un botón colombiano: el ensayo de Edgar Velazquez que examina las visiones que existen sobre la transición.

lunes, marzo 12, 2007 

Las protestas en los 80´s

Un poco de “Sol y Lluvia” en la protesta de los 80’

Por Macarena Sánchez


Introducción

Ya han pasado varios años desde que la historiografía positivista y sus interpretaciones fragmentadas, respecto a la temática de estudio, ha quedado relegada para abrir paso a un amplio espectro del conocimiento cultural de determinados períodos. Es bajo esta premisa que el arte y la cultura comienzan a constituirse en focos de atención dentro de nuestra disciplina. El universo simbólico, desplegado a partir de la creatividad del individuo, es presentado como una de las ventanas más importantes para develar ciertos dispositivos claves dentro de procesos determinados.

Los temores, sueños y aspiraciones de una colectividad encuentran su correlato y representación tangible en aquél ámbito no utilitario que constituye el arte. La música, en este sentido, ha sido durante varias décadas un elemento dual de denuncia social y goce estético. Ya a partir de la segunda mitad del siglo XX, y producto de un creciente sentimiento americanista, en Chile comienza a perfilarse una rama fundamental dentro de la historia social y política criolla, me refiero a la Nueva Canción Chilena. En ella se funden cosmovisiones básicas y fundantes de formar patria: el folclor, lo popular-proletario y lo identitario. Una de las representantes más contadas de esta línea y que se convertirá en uno de los íconos más influyentes desde los 70’ en adelante es Violeta Parra.

Para muchos esta línea musical sirvió de sustento y propaganda ideológica para el “socialismo a la chilena” de Salvador Allende y la UP. Esto se debió, seguramente, a la carga de contenido social presente en la letra y la elección instrumental de estos grupos, muy vinculada a influencias indigenistas. Así con la llegada de los militares al gobierno en 1973 y las medidas represivas, la persecución a los artistas tildados como “marxistas” fue una de las misiones sistemáticas de instituciones como la DINA y otros organismos de represión. Muchos grupos como Illapu, Inti-Illimani, fueron exiliados o se autoexiliaron en virtud del acoso vivido en los primeros años después de la instauración del régimen marcial.

Los grupos que logran sobrevivir a la primera gran oleada de homicidios y torturas sistemáticas del gobierno de Pinochet, comienzan desde el anonimato a rearmar su discurso artístico a partir de un nuevo referente, la resistencia, la denuncia, pero también el miedo y la clandestinidad. Es así como en la década de los 70’ se vive una suerte de enfrascamiento y complejización de la estructura y mensaje musical de los representantes o herederos de la Nueva Canción Chilena o Canto Nuevo. Así lo analiza Fabio Salas, presentando un amplio espectro de representantes cuya dificultad metafórica los situaba en un elevado circuito de composición, pero también los encuadraba dentro de un público selecto de instrucción superior-universitaria, que fuera capaz de develar los mensajes ocultos dentro la propuesta musical[1].

Esta fue, a grandes rasgos, la dinámica a seguir por muchos de los representantes de esta vertiente artística: Un fuerte elitismo creciente y un repliegue movilizador. Este fenómeno se entiende en virtud de las políticas sistemáticas de terror que utilizó el gobierno durante estos años y el fuerte control de los medios de comunicación que impedía la difusión masiva de los sobrevivientes artísticos. Con todo, esta antipatía y pasividad social no podía durar muchos años más. Las medidas económicas tomadas por el nuevo régimen, tendientes a “liberalizar” la economía tuvieron un alto costo social y ya para 1982 (año en que se desata la gran crisis económica) el hambre y la impotencia frente a las violaciones a los Derechos Humanos fue más grande que el temor a las represalias de la autoridad. Es así como en este período se inaugura una nueva etapa donde vemos una creciente efervescencia política y social; una comunidad más combativa y movilizada y una cultura concordante con estos procesos. Nuevos y antiguos grupos musicales comienzan a salir a las calles y participar de actos de protesta, tanto oficiales como clandestinos, siendo un sustento vital para la configuración de un ala opositora al régimen. En esta temática encontramos representantes y autores de una nueva estructura narrativa, con miras a un público más masivo y la búsqueda de movilizaciones populares más fuertes. Para algunos de estos el compromiso político superó el goce estético y constituyeron verdaderos voceros de pasquines subversivos.


Presentación

La década de los 80’, especialmente a partir de 1982, comienza a presentar los primeros grandes conflictos de legitimación interna del régimen militar. Las reformas neoliberales instauradas durante los años precedentes colapsaron para la citada fecha. La tasa de desempleo alcanzó al 22 por ciento y las remuneraciones cayeron en un 40. Entre 1982 y 1983 el Producto Interno Bruto (PIB) decreció en un 19 por ciento. Gran parte de la banca que la Junta Militar había privatizado, vendiéndola con descuentos exorbitantes de hasta casi el 50 por ciento de su valor contable, tuvo que ser nacionalizada de nuevo[2].

Existía una creciente desconfianza en la economía chilena, producto, entre otras cosas, de una relación poco transparente entre la banca y el empresariado local; el creciente descontento social, producto de una concentración hipertrófica de los recursos en un porcentaje ínfimo de la población y el clima de inseguridad propio de un sistema de excepción. Estos hechos desincentivan la inversión extranjera, principal foco de acumulación de capitales del período. La fuga de divisas y la paralización en la inversión ocasionaron una fisura preocupante en distintas ramas del sistema financiero nacional.

Frente a un escenario de concesiones altamente favorables para la inversión, producto de una desarticulada representación sindical, un marxismo decapitado y un nulo sistema de protección laboral, la concentración económica y el acceso a fuentes financieras foráneas se presentó como uno de los vehículos de fácil enriquecimiento industrial. La concentración fue producto de la primera ronda de privatizaciones, la cual permitió que cinco grupos económicos controlaran, en 1978, casi dos tercios del patrimonio total de las doscientas cincuenta mayores empresas privadas del país. “Estos conglomerados se alimentaban a través de una compleja trama de sociedades tapaderas, conocidas posteriormente con el nombre de ‘sociedades de papel’, que absorbían los recursos financieros de los bancos —que estaban en manos de los mismos conglomerados—, lo cual provocó un excesivo endeudamiento interno y externo”[3].

La crisis se hizo sentir con fuerza y el trastorno bancario fue uno de sus primeras manifestaciones. “En enero de 1983, Pinochet disolvió el Banco Hipotecario y de Comercio (BHC), el Banco Unido de Fomento y la Financiera Ciga. Nacionalizó cinco bancos: el Banco de Chile, el Banco de Santiago, el Banco de Concepción, el Banco Internacional y el Colocadora Nacional de Valores. El BHC y el Banco de Chile eran los dos mayores bancos del país. Al disolver o intervenir la instituciones financieras (dieciséis en total), las empresas que formaban parte de los conglomerados también fueron intervenidas o comenzaron a colapsar. Las instituciones financieras y empresas intervenidas constituyeron lo que se llamó el ‘Área Rara’”[4].

Esta situación creó una inestabilidad interna dentro del sistema impuesto por los militares. La efervescencia política comenzaba a darse una nueva cita en el escenario local. La represión podía ser legitimada, como se hace desde el revisionismo actual del período, a partir de un éxito económico; sin embargo, cuando el hambre, el desempleo y la indefensión se mezclan con el terror, no puede faltar mucho para que comiencen a brotar los primero focos sediciosos. La crisis económica de 1982 fue resuelta por Pinochet aplicando medidas que estimularon artificialmente la demanda, tales como la fijación de un salario mínimo y la puesta en marcha de un plan estatal para la creación de quinientos mil puestos de trabajo (para una población de trece millones de personas) a través de programas de contratación de mano de obra poco cualificada[5].

En virtud de este escenario recién esbozado, la oposición gana fuerza. Este antagonismo no venía de los sectores tradicionalmente en materia política, si no que había logrado movilizar a grupos que habían despertado recientemente a lucha reivindicativa. Artistas (como el grupo de teatro Ictus), cantantes, periodistas, trabajadores, miembros eclesiásticos y la sociedad civil, en general (con un alto componente femenino) comienzan a organizarse y alzar la voz. Así uno de los hitos que podemos mencionar como fundantes de un proceso sistemático de oposición es “La primera Protesta Nacional, ocurrida el 11 de Mayo de 1983”[6].

Ya a comienzos de 1978, ex miembros del Congreso - organizados desde 1974 en el "Círculo de Ex Parlamentarios" - y el Proyecto de Desarrollo Nacional (Proden), una amplia coalición política, comienzan una serie de reuniones nocturnas, sostenidas con extrema precaución, con el objeto de esbozar un plan para derrotar al régimen. En Marzo de 1983, se crea la Alianza Democrática, coalición política que fijo la salida de Pinochet como condición fundamental para lograr un acuerdo nacional. Al mismo tiempo, los sindicatos volvían a organizarse lentamente, en especial, en las minas cupríferas, base de la economía chilena.

El peso chileno por su parte, se devaluaba drásticamente. Diversos sectores de la economía chilena, desde el gran empresario hasta los habitantes de las poblaciones de Santiago, estaban siendo afectados por el colapso económico. En el año 1983, esta situación obligó a los miembros de la Junta a sostener negociaciones con 40 bancos con el fin de detener el descalabro económico en que se encontraba el país. La calidad de vida baja a niveles abismantes y el pan y circo de los medios de comunicación chilena ya no podían distraer las conciencias populares frente a la desesperación de la pobreza. De este modo, distintitos movimientos opositores al régimen decidieron que había llegado el momento de poner en evidencia el descontento generalizado y de levantar las demandas sectoriales.

La primera Protesta Nacional, convocada principalmente por la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) y apoyada por grupos de la oposición política, sorprendió al gobierno y a sus propios organizadores por su magnitud y diversidad. Para asegurarse de hacer una convocatoria lo más amplia posible, el llamado no hacía demandas específicas sino que solamente decía: "Ha llegado la hora de pararse y decir: Ya Basta"[7].

La protesta fue tomando ribetes distintos cuando se verificó la diversidad de los grupos que se alzaban. El descontento pasaba más allá que el de un grupo de familiares de dirigentes o izquierdistas desaparecidos. Las dueñas de casa manifestándose a través de las cacerolas, no sólo en los sectores populares de las afueras de la ciudad, sino también en los barrios más acomodados de la clase media de Santiago; los alumnos universitarios y jóvenes de sectores medios y bajo hacían coro con consignas lapidarias respecto a la realidad nacional. El desorden era generalizado un constante ruido de bocinazos; barricadas ardientes, caravanas de autos y marchas locales fueron parte de la tónica de la jornada.

Durante los años de dictadura, la recomposición del movimiento sindical, de las organizaciones comunitarias y sociales, de los partidos de izquierda, encontró nuevos caminos para recuperar los territorios sociales perdidos. Los jóvenes y las mujeres fueron actores centrales en estos procesos de resistencia antidictatorial. La resistencia en su desarrollo intentó articular las acciones armadas clandestinas de grupos de autodefensa y milicianos, y la recomposición del movimiento de masas, con la emergencia de las masivas movilizaciones y protestas, a través de toda la década de los 80. En estas manifestaciones, como se verá más adelante la cultura tuvo mucho que decir y se erigió como estandarte y vocero de las luchas populares durante estos años.


Las medidas tomadas para hacer frente a esta situación fueron de violencia y terror, concordantemente con el período anterior. Las políticas económicas antes descritas para revertir el hundimiento financiero fueron severas e impopulares y no hubiesen sido posible sin la fuerte represión de las armas. Ahora bien, el 14 de junio de 1975, el régimen militar creó la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, agencia de policía secreta, cuya existencia se hizo oficial a través del Decreto Ley No.521. Este organismo estaba encargado de llevar a cabo la labor represiva del régimen militar. En agosto de 1977, la DINA se disolvió y fue reemplazada por la Central Nacional de Información, CNI, para "recolectar información y resguardar la seguridad interna". La CNI, llevó a cabo su tarea hasta que la democracia en Chile fue restaurada. En febrero de 1990, la CNI dejó de existir legalmente[8].

Paralelamente, durante el período del régimen militar, se crearon numerosos organismos destinados a proteger a los perseguidos, denunciar la violación de los derechos humanos y dar el seguimiento legal que permitiera esclarecer los abusos del régimen. La Iglesia Católica y los parientes de víctimas directas desempeñaron un rol importante al crear organismos y agrupaciones por la defensa de los derechos humanos, por ejemplo, el Comité para la Paz, la Vicaría de la Solidaridad, la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, y la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. Asimismo, se establecieron otras organizaciones que fomentaron los derechos humanos, tales como el Comité de Defensa por los Derechos del Pueblo, CODEPU, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias cristianas, FASIC, y la Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia, PIDEE[9].

Durante este período, a pesar de la pesada represión que se desató en Chile, siempre existió una oposición al régimen, cuya lucha se adaptó a las condiciones que establecía la dictadura. Durante los años ochenta se inician acciones abiertas de oposición con grandes manifestaciones de protesta colectiva y nacional. En este circuito se movieron las bandas musicales identificadas con un discurso de izquierda. No contaban con el apoyo de sellos discográficos, ni con la difusión en los medios de comunicación; debían aprovechar los escasos espacios que se iban y que iban abriendo en la vida social, cultura y política de los 80’.


Sol y Lluvia: Un proyecto de difusión y compromiso político.

Al tenor de los acontecimientos antes descritos, podemos citar a un grupo que cuenta desde su formación con las principales características de una banda hija de un proceso inaugurado en este periodo. “Sol y Lluvia” como lo reconoce uno de sus fundadores y principales compositores, Amaro Labra, nace a partir de un proyecto netamente político. Antes de configurarse como grupo musical, en 1975, los hermanos Labra, habían incursionado en el negocio del diseño gráfico, instalándose con una imprenta en el centro de Santiago (en la calle Sierra Bella). Ella cumplía una doble tarea, por una parte generaba recursos para la familia y, por otra, servía de fachada para imprimir pasquines y panfletos con un alto contenido político con el fin de movilizar a la oposición y difundir los encuentros para organizar la resistencia frente al régimen[10].

Estos son los años en que nace el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y que la Vicaría de la Solidaridad comienza a tomar un rol más activo en la denuncia de los atropellos a los Derechos Humanos. Son años en los cuales cuesta más acallar las voces de reclamo. Como ya se citó en párrafos precedentes poco falta para la Primera Gran Protesta, en la cual este grupo participó activamente.

Pronto comenzaron a diversificar su labor de difusión y en virtud de su temprana vinculación con la música, decidieron llevar el discurso escrito a la realidad musical de Chile. Así nace Sol y Lluvia con su primera producción, “grabada en la casa de un amigo” el año 1978[11]. Si bien se sienten herederos de la vertiente de la Nueva Canción Chilena, por su compromiso popular y social, reconocen una dicotomía notable con ella. Sus letras no se enmarcan dentro de la complejidad retórica en la que habían caído muchos de los intérpretes más representativos de este movimiento.

Su origen proletario y las ansias por realizar consignas más mediáticas y movilizadotas, los condujo a desarrollar una propuesta más bien híbrida donde la letra se caracteriza por una virulencia y liberalidad sin precedentes. Los acordes son simples, y si bien podemos reconocer en ellos recursos instrumentales del Folk, el rock, naciente en estos años, fue un claro sustento de su producción discográfica.

Este grupo de jóvenes debieron lidiar con las circunstancias políticas del momento. Estuvieron detenidos, fueron acosados, perseguidos, mas la fuerza de su lucha no fue acallada. La razón de ello se debió seguramente a que no constituían un movimiento aislado dentro de la sociedad. Eran si la punta de un iceberg, una cabeza visible de una protesta que estaba cruzando a distintos sectores de la sociedad civil.

Lentamente fueron encontrando adeptos y camaradas en su lucha por la difusión. Nos mencionan como sus principales circuitos de difusión las universidades, Juntas Vecinales, pero también parroquias en barrios periféricos. Siempre la cita se daba en torno a un lenguaje velado y a partir de motivaciones aparentemente no políticas como: “La Paz Mundial” o el día Solidario, etc.[12].

Poco a poco los medios de difusión se fueron ampliando. Nos mencionan algunas radios que cumplieron, aunque de manera reservada, el rol de difusión de sus conciertos. “Si bien no podían tocar nuestras canciones, daban avisos rápidos de dónde y cuando se realizarían nuestros conciertos”. Algunas de éstas fueron Radio Cooperativa y el Umbral[13].

Las vinculaciones con grupos milicianos como el FPMR los reconocen mas sólo como un apoyo dogmático. “Asistíamos y nos invitaban a Juntas, pero no participábamos directamente dentro del movimiento”. Ellos pertenecían a una izquierda más transversal, pese a que si debiéramos situarlos dentro del espectro de oposición política en virtud de sus letras, no nos quedaría otra que introducirlos como los “frentistas de la música” .

La vigencia de este grupo se mantuvo hasta hace pocos años atrás y su término dice directa relación con sus inicios. Sol y Lluvia se separa al realizarse las elecciones de 1999. El motivo es la división entre ambos hermanos al tener que decidir si apoyaban a la Concertación y su representante Ricardo Lagos o, como siempre lo habían hecho, al Partido Comunista y Gladis Marín. Con todo, hay que hacer notar que la vigencia del discurso de este grupo había caído en un anacronismo decadente. “Adiós General”; “Chile no se rinde ante el dictador”, etc... ya no encontraban eco dentro de las nuevas inquietudes de la juventud actual y si a eso le sumamos la simplicidad de los acordes tenemos como resultado un grupo que extendía su existencia a partir de un prestigio ganado producto de su audacia frente al régimen dictatorial. Pero alguien debía hacerlo...la juventud y el arte debía tomar un compromiso...ellos lo hicieron, al igual que muchos de sus contemporáneos. Dieron su aporte para conseguir la anhelada democracia.

En los albores de los ochenta el Gobierno Militar estaba inmerso en una crisis interna. La economía no funcionaba y el descontento popular era cada vez mayor. Si bien la represión era una vía que había demostrado la eficiencia, los excesos de Manuel Contreras (en la DINA), el desgaste del sistema, el hambre y descontento social debían imponer una postura del terror menos evidente. El asesinato del dirigente sindical, Tucapel Jiménez, en 1982, por parte de la recién inaugurada CNI, ya había causado una conmoción popular altamente nociva. El régimen marcial debía moverse con mayor cuidado en la represión lo que permitió que existieran algunos circuitos de difusión política-cultural a favor de la oposición, como lo fue Sol y Lluvia y su trabajo.




Notas
1) SALAS, Fabio La primavera Terrestre: cartografía del rock chileno y la Nueva Canción chilena. Editorial Cuarto Propio, 2003. Página 180-187.

2) SALAZAR, Manuel La Historia oculta del Régimen Militar. Editorial Grijalbo 2001. santiago de Chile.

3) www.quepasa.cl/revista/2003/09/05/t-05.09.Q.P.NAC.HOMBRES.html

4) IDEM

5) Op- Cit SALAZAR, Manuel Página 307.

6) www.derechoschile.com/derechos/dictadura_esp.html

7) MANNS, Patricio Chile una dictadura permanente (1811-1999). Santiago de Chile. Editorial Sudamericana, 1999. Prefacio.

8) www.geocities.com/CapitolHill/Congreso/7233/chile.html

9) www.derechoschile.com/derechos/dictadura_esp.html

10) entrevista a Amaro Labra: Fundador y compositor de Sol y Lluvia.

11) IDEM

12) IDEM

13) IDEM

jueves, marzo 08, 2007 

Hacer la historia del presente

Por Ignacio Muñoz Delaunoy (profesor de Historia ultra Contemporánea)


Aplicar nuestros instrumentos de ánalisis a la ‘zona prohibida’ del historiador

Timoty Garnton Ash nos dice en el prólogo de su Historia del tiempo presente: “...muchas personas –no sólo los historiadores profesionales, sino la mayoría de los árbitros de nuestra vida intelectual– opinan que es necesario que pase un mínimo período de tiempo y que se disponga de ciertos tipos establecidos de fuentes documentales para que se pueda considerar que una cosa escrita sobre ese pasado inmediato es historia”.

Tiene toda la razón. Hasta hace poquito lo más próximo al horizonte de uno era la llamada “historia contemporánea”, que abordaba todos los temas que hoy nos interesan, pero con la exigencia restrictora de que debía haber, entre el historiador y su tema, una distancia suficiente para se creara una “perspectiva”.

Esta idea, comenta el autor, es bien estrambótica. Porque supone “afirmar que la persona que no estuvo allí [encima de los hechos] sabe más que la que estuvo” (Barcelona, Tusquets, 2000, p.12). En realidad la cosa es más complicada que lo que plantea Garton Ash. Los historiadores no pretenden que la apreciación de un observador que se encuentra a diez cuadras de un choque, tenga ventajas respecto de la que goza un testigo presencial o una víctima. Eso sería una tontería. Lo que afirman es otra cosa, acaso más grave: los miembros de nuestra comunidad profesional están convencidos de que uno puede entender históricamente sólo las cosas que están más alejadas. Dicho al revés, que no es posible dialogar, como historiador, con los hechos que están más a la mano (los que pasan alrededor nuestro).

Eso no quiere decir, puntualmente, que los historiadores estén impedidos para formular puntos de vista sobre situaciones de su tiempo, tal cual hacen los periodistas o los cientistas políticos. Lo que se intenta representar con esta idea es que ellos no pueden tratar esos temas con el delantal del historiador encima. Lo harán a nombre propio, como cualquier persona adulta, bien informada. Nunca desde 'dentro'.

Este curso no comulga con el planteamiento expuesto. Trata materias que están vivas: vivas porque están en pleno curso de desarrollo –vean por ejemplo lo que ha pasado, hace no mucho, con el funeral de Pinochet–, hechos animados por protagonistas que no son espectros remotos, sino seres vivos con los que quizás podamos cruzarnos, hechos que uno espontáneamente mira con recelo porque tratarlos obliga a dialogar con los expertos el presente (sociólogos, economistas, cientistas políticos, periodistas).

E intenta iluminar estas materias contemporáneas con la óptica que ofrece la historia. No por capricho personal, sino por un conjunto de razones que son motivo de discusión para los cultores de una especialidad surgida hace poco, llamada “historia del tiempo reciente”.

La historia del tiempo reciente es hija putativa de la historia contemporánea. Es ‘reciente’ porque se ocupa de de eventos que están a la vuelta de la esquina, pisándonos la cola. De hechos que no nos resultan extraños ni distantes, porque son parte de nuestra propia bitácora personal, en calidad de actores, testigos directos o espectadores indirectos. Quizás se trate de episodios tan próximos como para que todavía no hayan sido impresas las obras que aborden muchas de sus aristas, tan próximos como para que las fuentes informativas que necesita el relato estén requisadas al interés del investigador, debido al celo de algún funcionario u organismo que haya decidido ‘clasificar’ esa información.

Se ocupa de procesos cuya conclusión desconocemos. Medio acabados, borrosos, pero no por eso menos históricos. Porque este enfoque novato no es infiel al espíritu del historiador. Mira los hechos con los mismos lentes que usan los investigadores para tratar fenómenos muy remotos, trata de hacerlos inteligibles poniendo en ejercicio las mismas estrategias de significación que son socorridas para traer luz sobre lo extraño. ¿Dónde nos topamos con economistas o periodistas? Estos especialistas construyen explicaciones ‘cortas’, que miran los momentos del presente como si estuvieran desconectados de raíces con el pasado (como si su única conexión real fuera con un contexto próximo, a veces referenciando a leyes de la conducta o de los mercados).

Los historiadores, en cambio, se sienten cómodos solamente con las explicaciones largas: tratan los hechos como experiencias únicas, cuya significación logra ser revelada sólo cuando un relato logra hacer sentir al lector que ese eslabón es un momento más de los que informan un largo proceso de cambio. El tema tiene muchas ventanas. Lo importante es esto. Como nuestras explicaciones son genéticas, los especialistas sienten que no se puede hablar de las cosas de hoy sin hablar, a la vez, de todas las cosas que las antecedieron y las que vinieron a continuación, hasta llegar a un final (que lo aclara todo con sus luces regresivas). Sienten, por lo mismo, que la historia ultra contemporánea tiene un fallo de origen, ya que su asunto son datos aislados de una secuencia inconclusa, un chiste sin remate...

La falta de perspectiva para penetrar los alcances de los procesos no es el único problema. Hay otro. Los historiadores creen que si cruzan la frontera prohibida que separa el pasado del presente, habrán renunciado, por ese mismo acto, a la posibilidad de dar un tratamiento templado a los hechos. El estatuto distinguido de que goza la profesión, como árbitro único de las verdades históricas, quedará menoscabado.

El asunto de la objetividad

Los historiadores suelen hablarnos con aire de ecuanimidad de cosas que han sucedido hace mucho tiempo. Juntan sus documentos, describen con todo pormenor los acontecimientos y luego intentan ayudarnos a comprender por qué esos hechos debieron suceder de esa manera y no de cualquiera otra.

No les interesa hacer generalizaciones como las de los filósofos, los científicos o los sociólogos, para los cuales los hechos son simples ejemplos de las leyes. Los historiadores no se sujetan a teorías o métodos como lo hacen los científicos –teorías y métodos que garantizan que cada vez que se analice un caso de ciertas características tendremos que extraer las mismas consecuencias–. Lo que hacen es describir con máximo detalle instancias singulares y relacionarlas con su contexto (entendiendo 'contexto' como toda esa larga cadena de acontecimientos, presentes o muy pasados, que contribuyeron de algún modo a dar dirección a la tendencia).

¿Cómo logran que la gente crea que son jueces neutrales, dispuestos a dejar que los hechos hablen de sí mismos? ¿como logran que la sociedad los acepte cómo los únicos especialistas calificados para decir cosas verdaderas del pasado?. Pensamos que las cosas que nos cuentan son ciertas porque sabemos que son personas estudiosas que nos hablan con mucha gravedad de ellas, como si no les importaran realmente. Creemos que son objetivos porque logran ser capaces de librarse de gustos, tendencias políticas, axiómas valóricos, permitiendo, con ello, que los hechos muestren sus valencias sin interferencia.

Esa equidistancia, que nos hace considerar sus relatos como verídicos o razonables, desaparece cuando el tema de sus relatos son sucesos muy recientes. Por eso no nos gusta nada la historia del tiempo reciente. Preferimos dejársela a los periodistas.

No importa cuan prolijo sea el investigador en el análisis de los datos, cuan correcto sea en la aplicación de sus métodos, ni qué tan concienzudo sea en la exposición de sus resultados: siempre vamos a sospechar que se trae algo entre manos, cuando aborda materias contingentes. ¿Quién fue Allende?, ¿un héroe que entregó su vida por la causa del pueblo? ¿una víctima del capitalismo y el imperialismo?, ¿un precursor de la social democracia en el mundo?, ¿la cabeza de un proyecto político desastroso del cual los chilenos pudimos librarnos a tiempo gracias a la valentía y determinación de las fuerzas armadas? ¿un pésimo gobernante que se dejó desbordar por la izquierda extrema?.

Estamos convencidos de que si escribimos de cosas que no están muertas para nuestros intereses actuales, no podremos podremos ser objetivos. Donde hay interés, donde hay dolor, donde hay ansiedad se acaba la historia: ese es el reinado del experto en el tiempo corto.

Este desprendimiento es un error. No hay razones para que nos hurtemos a todo lo que nos importa, como ciudadanos o como personas. No hay razones para nos quedemos al margen del debate que se ventila en los medios, en la industria cultural, en la política.
¿Cómo podemos suponer que es preferible documentar nuestros relatos con los reportes de testigos de testigos muy distantes, por sobre los que nos ofrecen testigos presenciales, que estuvieron en medio de los hechos, o nosotros mismos, en tanto protagonistas de nuestro presente? ¿cómo podemos suponer que uno es mejor juez de las cosas que no le interesan, por encima de aquellas que interpelan nuestras emociones y valores éticos más profundos?.

La historia reciente es muy riesgosa, porque duele mucho, porque hay más perturbaciones de factores emocionales cuando uno describe y explica cosas que ha vivido, porque falta perspectiva para evaluar ciertos fenómenos, cuya importancia solo se puede aclarar regresivamente, pero, y esto es lo importante, no plantea problemas epistemológicos distintos a los de cualquier historia, incluida la que se ocupa de temas muy alejados de nuestro presente.

Los desarrollos recientes de la teoría nos han persuadido de que uno es tan tendencioso cuando escribe sobre la legislación laboral del siglo XVI, sobre las rutas comerciales del siglo XIX, como lo es cuando escribe sobre Allende o Pinochet. Todavía más. Desde las premisas del marco teórico en que yo me muevo, junto con todos los teóricos postmodernos de la historia, lo que cabe decir sobre la historia del tiempo presente es que esta no existe: “toda historia es historia del tiempo presente, en un grado importante”. No sólo por los motivos apuntados por Croce, queriendo implicar que la motivación para escribir y leer historia es encontrar respuestas para los problemas de nuestro presente, mucho más que traer luz sobre aspectos del pasado mismo. También por esas razones mucho más densas e interesantes apuntadas por Gadamer en su Verdad y método: los prejuicios, las preconcepciones, los axiomas, todo aquello que nos ata a la tradición, no sólo no constituye, como se cree, un obstáculo que limita el logro del conocimiento; nuestras visiones, intereses, predisposiciones, nos aportan el único factor de posibilidad real para entablar un diálogo directo con los textos (para familiarizar el pasado, extrayendo de él una parte de su carga de sentido original).

Debido a esto es que los historiadores ya no queremos dejar la historia de las cosas más actuales a los periodistas. Pero esta determinación no está exenta de riesgos. Los historiadores que estudian hechos muy antiguos no cuentan sino con unos pocos documentos mál conservados. Los historiadores del tiempo reciente enfrentan el problema contrario: ellos tienen a su disposición una gama muy amplia de documentos, entre los que se incluyen los clásicos textos, pero también registros sonoros, visuales, a los que hay que sumar también información más intangible, como la contenida en los mail, para la cual no existe ningún protocolo técnico de uso, ninguna norma de citación. Aquí la escases se vuelve abundancia. Hay más de todo, desbordando las capacidades individuales de cualquier inteligencia.

Esos no son los únicos problemas que se plantean a quienes intentan escribir la historia de los hechos recientes. Está el problema de los silencios forzados de muchas fuentes, que están fuera de circulación, ya porque los productores quieran mantenerla clasificada durante algún tiempo, ya porque no se haya hecho todavía un esfuerzo clasificatorio mínimo que permita su uso. También el problema de tener que hacer sentido de procesos cuyas consecuencias finales no conocemos, porque están en pleno desarrollo. Hay dificultades para regalar. Piensa en las que se te ocurran y conversemoslas en clase.

Una ampliación de esta discusión en la siguiente nota.