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martes, octubre 11, 2005 

Los resultados imprevistos de un final anunciado

Por Ignacio Muñoz Delaunoy
Profesor de Chile Contemporáneo

11 de septiembre de 1973. Ese día las cuatro ramas de las fuerzas armadas pusieron fin a la experiencia de la Unidad Popular. Este fin trágico de un proyecto político que había despertado tantas ilusiones en muchas chilenas y chilenos, incluidos algunos uniformados, y en las mentes críticas de una generación completa a lo largo y ancho del mundo, no sorprendió a nadie (salvo a ese mundo que nos miraba con los ojos idealizadores de una enamorada adolescente).
Todos sabían que ocurriría, como en esa novela de García Márquez, “Crónica de una muerte anunciada” por lo menos desde fines de 1972.

Eran manifiestos los indicios de una profunda crisis política. El gobierno de la UP era una coalición compuesta de seis partidos, con tantas diferencias entre sí que resultaba difícil madurar un negocio político común. Sobre todo porque el programa de Allende de socialismo con democracia, era un invento sin precedentes, sin raíces en las fuerzas políticas y sociales del país, sin precedentes (todavía) en el mundo. A fines de 1972 las tensiones habían subido a un punto muy grave, a medida que el proceso se radicalizó, por su propia dinámica interna, mandando al tacho la cauteloza “vía chilena al socialismo”. Las violaciones a la legalidad se hicieron pan de cada día, Allende y los partidarios de las soluciones pacíficas al conflicto político quedaran completamente aislados.

Vacío total de poder. Al lado de eso, una economía que estaba literalmente por los suelos. Salvador Allende logró lo que pocos mandatarios consiguen: en un tiempo record pudo cumplir con los puntos principales de su programa. Gracias al mecanismo de la expropiación, intervención y requisición de empresas logró, a mediados de 1973, tener bajo control estatal 541 empresas. Lo mismo pasó en el campo, debido a la activación de la reforma agraria. Pero estos cambios en la estructura de propiedad no tuvieron un efecto modernizador sobre el aparato productivo. Lejos de eso, el sector productivo comenzó a vivir un proceso de decadencia que hizo forzado comenzar a importar alimentos, al precio de una balanza de pagos negativa. Eso no fue lo peor. Las alzas generales de sueldos y salarios, acompañadas de fijaciones de los precios, de incrementos el gasto público provocaron una bonanza corta, luego la crisis más seria que haya vivido el país desde 1930.

Pedro Vuskovic había querido impulsar una masiva redistribución de los ingresos. Los resultados prácticos, sin embargo, habían sido desastrozos. La única salida para la crisis era la reducción de los salarios. Pero eso no era posible. El país completo estaba movilizado. Todos pedían mejorar su situación. La huelgas se multiplicaban. A medida que se sumaban nuevas expropiaciones más empresas bajaban su producción. El sector productivo se paralizó. La inflación se desató, alcanzando a más del 300% a mediados de 1973. No había quien gobernara el país. El Estado estaba en bancarrota. La sociedad estaba fracturada. ¿Quién podía sorprenderse con el golpe? Era claro que el golpe tenía que llegar. Lo único realmente sorprendente es que los militares se tomaran tanto tiempo en iniciarlo (por mucho menos los militares de cualquier país vecino habrían hecho cien asonadas militares). También todo lo que comenzamos a conocer luego del 11.

Si viajaramos en el tiempo, al 10 de septiembre, y le preguntaramos a cualquier persona de la calle o a un militar si podía vislumbrar lo que pasaría luego del golpe lo seguro sería que respondiera: “mire, los militares van a terminar con el desorden que trajeron estos señores, van a romper unos cuantos huesos, a Allende lo vamos a mandar al exilio, como sucedió con otros políticos que quisieron más de lo que el país podía dar, y vamos a retornar muy pronto a nuestra vieja y sólida institucionalidad, a nuestras costumbres republicanas, a nuestros defectos de siempre, seguramente con un gobierno democratacristiano”.

Pero no hubo DC, ni retorno a la vieja y respetable institucionalidad democrática. Los militares se quedaron largo tiempo en el poder y fundaron un régimen autoritario que impuso una verdadera revolución que cambió el rumbo del país, hasta el día de hoy, acaso mucho más de lo que lo hizo la experiencia impulsada por Allende. ¿Cómo se explica el paso desde el tibio restaurar, que inspiró a los militares, a aquella etapa cualitativamente distinta en que el objetivo es refundar?.

La gente de la calle, los periodistas, algunos cientistas políticos e historiadores, suelen explicar la prolongación del mandato militar, las violencias, las transformaciones, como si fueran resultado de una serie de factores externos al mundo militar, como si los militares fueran los títeres de intereses obscuros, de situaciones que no tienen que ver directamente con ellos y su régimen. Nada más equivocado que esta visión.

Hay factores externos que explican la realización del golpe, que son bastante conocidos. Pero son los factores internos los que explican mucho mejor todo lo que sucedió a partir del día en que el golpe ya era un hecho, los 17 años, las transformaciones que tuvieron lugar. El gobierno de Pinochet funcionó puertas adentro. Es una dictadura que desprecia lo que piensan los ciudadanos, lo que piensa el mundo, que funciona al margen de todos esos circuitos. Pero esta dictadura está sometida a las características de su propia dinámica interna. Son esos factores endógenes, son esas características de este sistema, relacionadas con características del propio cuerpo militar, las que explican que se tomaran ciertas decisiones, que pasaran ciertas cosas, en lugar de otras.

Si uno no entiende como funciona el régimen por dentro, su dinámica interna, seguro que no le encontrará sentido a los hechos que se produjeron, seguro que los explicará de manera inadecuada, seguro que no entenderá los condicionantes de las pecurialidades de la experiencia chilena.

¿Por qué se minusvalora el peso de todos estos factores internos del mundo militar para explicar los sucesos que se gatillar a partir del 11 de septiembre? Por simple desconocimiento de los historiadores, al igual que de los testigos de la época, de cómo funcionaba el mundo militar. Un desconocimiento histórico.

Los militares que se tomaron el poder el 11 eran todo un enigma para casi la totalidad de los civiles de la época. Los uniformados vivían en un círculo hermético, que pocos civiles conocían. No se sabía nada de sus rígidos valores morales, de su sistema vertical de mando, de su disciplina, de su férrea mística de grupo, de sus ceremoniales, de su capacidad de fuerza, de la efectividad con que eran capaces de enfrentar a sus enemigos. Pensemos bien en qué oportunidades tenía cualquier sujeto de conocer cómo eran y lo que pensaban los uniformados a los que estaban invitando a solucionar sus conflictos políticos, primero, y luego a derrocar al régimen vigente. Los militares eran arrancados de la sociedad, a corta edad, para ingresar al hermético mundo militar. Cuando eran apenas unos quinceañeros ingresaban a la Escuela Militar, como internos, donde llevaban una vida espartana, de disciplina, trabajo, lealtad. Allí permanecían totalmente apartados de la sociedad, hasta que se casaban. Permisos que llegaban relativamente tarde, cuando los jóvenes oficiales habían ascendido como mínimo a subtenientes. Luego venían las destinaciones, la carrera. Hasta el retiro. Entonces pasaban a engrosar una casta doblemente separada, de las filas de los activos y de la sociedad. Una condición de extrañamiento heredada. Muchos de los jóvenes oficiales eran hijos de uniformados. Habían vivido aislados, por lo tanto, también como hijos, habían recibido los comentarios hostiles de los hijos de gente corriente.

¿Cuándo los civiles podían entrar en contacto con los uniformados? Se los veía de tarde en tarde, con sus tenidas extrañas. En las paradas militares, en los 21 de mayo. La imagen corriente era de gente bruta, de clases más bien bajas, con poca formación intelectual, con nula capacidad para tener o desarrollar un proyecto politico propio. Títeres fácilmente manipulables. Eso era lo que se pensaba.

Y vinieron las sopresas...