sábado, mayo 19, 2007 

Crear 'poder popular'

La Unidad Popular es un proyecto político-intelectual fascinante, que intentó construir un socialismo auténtico, que supera la falsificación del ideal perpetrada por los bolcheviques. ¿Qué puente de sentido puede ligar el sueño de integración social, lograda desde la comunidad, que ha sido un anhelo antiguo de tantas sociedades en el pasado (y el presente) con la fórmula tan terrestre de 'socialismo real', que se hace operativa a través de dictaduras de partido único?. El ‘modelo soviético’ de socialismo, quedó claro, servía para muchas cosas. Representaba, por ejemplo, una fórmula bastante conveniente para provocar desarrollo económico acelerado en países atrasados y para lograr cuotas importantes de igualdad. Pero no servía para una muy importante: para cimentar un verdadero sistema socialista que se constituya, como fuerza histórica, sobre las espaldas de las energías sociales de los colectivos que conforman un pueblo.

Una dictadura es una dictadura. Y en ellas, sean del tipo que sean, las personas y las comunidades gravitan realmente poco.

El socialismo auténtico, pensaban los chilenos, necesita seguir una ruta distinta de las recorridas. Porque todas ellas constituyen, de algún modo, remedos o desviaciones del modelo soviético. Urgente una ingeniería social que transforme en protagonistas a las personas y no a los burócratas del régimen.

¿Cómo llegar eso? En Chile se ve difícil. La nuestra es una sociedad cautelosa, gris, mucho más inclinada a la conservación que el cambio real. Los chilenos son ciudadanos socialmente apagados, recelosos e individualistas. Algo similar pasa con los colectivos que ellos conforman. Apáticos y domesticados. ¿Por qué faltan razones para levantarlos en la ira? Nada de eso. En este suelo tercermundista hay inequidades profundas que agravian a tantos, hay contradicciones graves que podría levantar cordilleras de cambio. Al lado de eso, hay innumerables motivos alegres que podrían comprometer voluntades muy amplias, energías sociales positivas para forjar un arte popular, deporte popular, empresa popular, un proyecto político verdaderamente inclusivo....; energías que sirven para instalar afirmaciones socialistas y no sólo para derribar los muros capitalistas. Es cierto que estas fuentes de energía social se encuentran adormecidas y, hoy por hoy (dirían entonces), resultan funcionales al orden individualista burgués. Pero con la colaboriación de una buena ingeniería social ¿no sería despertarlas con un beso, como a la Bella Durmiente, para reutilizarlas en forma constructiva, transformadas en el eje de un proyecto distinto de transición al socialismo? Eso hay que hacer. Hay que aplicarse a eso, usando todos los medios disponibles: no solo la perorata política, también la fiesta del arte y la participación amplia, en cualquier ámbito posible de la vida. Pero ¿quién puede operar ese milagro...? Debe ser el propio gobierno popular el responsable de dar este empellón inicial que es esencial para la construcción de un socialismo auténtico.

Se ve esto todo el tiempo en la Unidad Popular. Se trata de un régimen que se levanta sobre la premisa de una participación activa y masiva de la gente, en los distintos planos de la vida política, económica, social y cultural. La UP es un proyecto ciudadano. Quiere la participación de la gente en todo nivel. Nada de arte o cultura elitaria. Arte y cultura de masas. Esa es la idea. En el terreno específicamente político, esta vocación de masas se traduce en la voluntad de levantar, al lado de una columna clásica de respaldo político que se articula en torno de los partidos marxistas, una quinta columna de apoyo directo de las masas. Se llamó a esta fuente de energía social y de legitimidad el “poder popular”. El conjunto de organizaciones sociales de base que debían actuar como pilares del proceso de transformación impulsado por la UP y que debían colaborar a su defensa frente a los múltiples enemigos internos y externos.

El “poder popular” es un concepto. Pero también es una estrategia. Para dar una base más firme a su proyecto, los teóricos de la UP consideraban esencial crecer hacia el centro, ganarse el apoyo de los sectores medios. Daban por descontado que contarían con el apoyo del obrero y los sectores marginales de la sociedad.

¿Cómo les fue con esto? ¿fue la clase trabajadora una leal sostenedora del proyecto? ¿pudo contarse con el apoyo de las clases medias y de los sectores marginales?

Analicemos los datos que nos dio la historia para ver si avalaron los supuestos de los teóricos del régimen.

Para conformar esta quinta columna era esencial, primero, movilizar a los sectores populares y medios. Para eso se utilizó, hemos visto, las políticas redistributivas. La Unidad Popular, recordemos, quiso mejorar las condiciones de vida no solo de los obreros, a la manera clásica de los partidos marxistas. Se propuso hacerlo también con los sectores marginales de la sociedad y con los sectores medios. Para lograrlo no solo forzó alzas salariales y fijó los precios, sino también impulsó la sindicalización, los movimientos sociales.

Detrás de las huelgas, las tomas, solía haber funcionarios del gobierno, actuando siempre del lado de los reclamantes. Al principio se actuó con muy buena voluntad, para provocar esta movilización, en el entendido de que estas acciones comunes significarían al gobierno ganarse este capital social, poder sumar, a su propio proyecto, las energías sociales que el gobierno mismo había ayudado a liberar. Pero pronto el moderado gobierno comenzó a verse desbordado por todos lados. Algunos partidos de la coalición se subieron por el chorro e intentaron ir más allá de lo que era política y económicamente razonable. Ellos predicaban la necesidad de “avanzar sin transar” y apoyaban todas las acciones anti-institucionales, ante la mirada consternada de Allende y los moderados.

Pero eso no fue lo más importante. Lo más importante fue que muy pronto los distintos actores sociales comenzaron a actuar bajo impulsos propios. Esto se evidenció en el aumento del movimiento huelguístico. En 1969 hubo 977 huelgas. En 1972 esa cifra había subido a 3.287. Huelgas en las ciudades, huelgas en el campo. De obreros, de empleados, también de profesionales. Donde fuera, por lo que fuera (generalmente en búsqueda de beneficios sectoriales, muy infrecuentemente en defensa de las transformaciones impulsadas por el régimen). Bastaron dos años de Allende para que el actividad huelguística quedara bajo completo descontrol. Hacia 1972 este movimiento estaba completamente descontrolado y estaba desestabilizando la economía.

No había como financiar estos incrementos salariales. Cuando se acabó la plata del chanchito, el gobierno debió comenzar a costear los aumentos salariales con emisión. La cantidad de dinero que daba vuelta por la economía se elevó una y otra vez (en los mil días de Allende ese aumento fue de un 1.345%), haciendo que estallara un espiral inflacionario que asustó mucho a Allende. Pero qué hacer. Con una sociedad que se había movilizado hasta tal punto resultaba poco menos que imposible abandonar la política redistributiva e imponer algo de orden y sensatez en los trabajadores y empleados.

Se estaba perdiendo por el lado económico. Pero quizás se estaba ganando por el político. ¿Fue así?.

La verdad es que no, para sorpresa del círculo que rodeaba al presidente. Es cierto que se había logrado obtener el apoyo de los sindicatos y que la CUT pudo ser integrada de manera efectiva en la dinámica de funcionamiento del gobierno, pero lo cierto es que los sindicatos representaban una porción mínima de los trabajadores del país y que la CUT misma tenía poco poder sobre sus afiliados.

¿Cuántos trabajadores estaban efectivamente disciplinados por el sindicalismo? En la elección celebrada en la CUT en 1972 sufragaron solamente 291.400 trabajadores y 146.000 empleados. Una minoría. Pero ni siquiera una minoría disciplinada y leal al gobierno. La CUT tenía poco control sobre los sindicatos asociados, que actuaban por sus propios fueros. Fue para peor cuando la CUT quedó en manos de los DC, en 1972 (quedó en manos de la oposición). Se comenzó a poner de manifiesto una gran ironía: el movimiento sindical organizado, presuntivamente parte de la quinta columna de la UP, estaba dando impulso a huelgas destinadas a desestabilizar al gobierno. Eso fue manifiesto, por ejemplo, con la huelga del Teniente, en abril de 1973, y en tantas otras. Tema curioso: los beneficiados por las expropiaciones y las tomas no mostraban ninguna disposición a apoyar las políticas de la UP pues temían que ellas pudieran afectar sus privilegios recién adquiridos. En lugar de sumarse a la quinta columna del gobierno, muchos de ellos se pasaban a la oposición.

Pero esta era solo la punta de iceberg. Si los trabajadores organizados, que concentraban casi todos los beneficios que les daba el ‘gobierno del pueblo’, qué decir de los otros, de los que no eran parte del movimiento sindical. Las trabajadoras (que votaban oposición en un 61%), también los trabajadores de industrias y comercio que temían ser expropiados o afectados por el monopolio de producción y distribución del estado, que votaban oposición. También los campesinos. Los beneficiados por la reforma fueron un sector minoritario, en torno al 20%. El resto, compuesto fundamentalmente por minifundistas, temía al colectivismo y votaba con entusiasmo DC, no UP. Pero también eran ‘desleales’ los marginales, los que se tomaban tierras en el campo o las ciudades. No solo no votaban UP, sino actuaban en contra de ella.

¿Qué tenían de UP estos sectores? La verdad es que muy poco. Fueron ellos los que se dejaron seducir por los agitadores de extrema izquierda y derecha e hicieron tomas violentas o boicots que menguaban la autoridad del presidente, que ponían en entredicho a los sectores moderados que querían socialismo con democracia, que luchaban por solucionar los conflictos en forma pacífica.

¿Quién siguió de verdad la política de movilización de los teóricos, siendo fieles a sus auténticas inspiraciones?

Un reducido sector, aquel que dio vida a los cordones industriales, hacia octubre de 1972. Los cordones fueron organizaciones espontáneas, afirmadas en instituciones locales, juntas de vecinos, instituciones deportivas, etc., no partidistas, independientes de la CUT y de toda organización sindical, creadas en los cinturones poblacionales que rodeaban Santiago, donde estaban las industrias. Se formaron para defender al gobierno de la amenaza representada por el paro, para defender a sus comunidades de cualquier amenaza, para poner a funcionar sus fuentes de trabajo. Fueron realmente fuentes de poder popular. Pero su existencia fue transitoria. Participaron cerca de 100.000 personas durante el paro de octubre. Cuando se terminó ese paro se disolvieron. Volvieron a constituirse en forma más tímida durante el paro de junio de 1973, y tuvieron cierta participación en la resistencia que se produjo en septiembre de ese año. Pero la verdad es no solo fueron realidades transitorias. Además suscitaron serias suspicacias en el gobierno que sentía que no las podía controlar. Qué decir en la oposición.

Movilización descontrolada en 1972, energías sociales despiertas y vitales, pero que se mueven en direcciones que no habían sido previstas y deseadas por quienes habían ayudado a levantar este capital social. Esto queda de manifiesto cuando aparecen algunos botones sueltos de violencia, que luego adquieren una continuidad desgraciada cuando el país político entra en para cardio-respiratorio, viene el golpe militar y lo demás....

En junio de 1971 un grupo extremista conocido como Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) asesinó al ex ministro del interior de Frei, Edmundo Pérez Zujovic. El país reaccionó airado ante este crimen, que llevaba la política para otro lado. Entre los asesinos se contaban terroristas que habían sido indultados por Allende en diciembre de 1970, haciendo gala de esa ambigüedad que caracterizará su actitud ante el extremismo armado. Allende rechazaba la vía armada, pero se refería a los terroristas como “jóvenes idealistas”, jóvenes que buscaban lo mismo que él, solo que por el camino incorrecto. Se le pidió a Allende que actuara con extrema dureza con el VOP y el MIR. El VOP fue desarticulado, pero no pasó nada con el MIR.

No es que Allende apoyara al extremismo, pero se sentía atado de manos para atacarlo de frente, tal como le pasaba con las organizaciones populares que hacían las tomas o pedía aumentos salariales sin límite. Su posición politica era demasiado precaria. Los sectores de la izquierda extrema, influidos por el guevarismo, advertían esta contradicción y presionaban por profundizar los cambios, ‘avanzar sin transar’.

La fila de los guevaristas se vio engrosada a fines de 1971, cuando el congreso de La Serena del PS, apoyó la linea guevarista, eligiendo a Carlos Altamirano, en lugar de a Aniceto Rodríguez. Tenemos entonces, del lado de los defensores de la vía armada, al MIR, el PS. También una fracción del MAPU. Esta organización se dividió en dos: la que retuvo el nombre del partido, liderada por Oscar Guillermo Garretón, que adscribió al guevarismo, y la más moderado, afin con los comunistas, llamada MAPU Obrero y Campesino, presidida por Jaime Gazmuri. La Izquierda Cristiana, conformada por antiguos DC y MAPU proclives al proyecto de la UP, pero sin el componente de marxismo, se sumó el 72 a la línea guevarista.

Ya era claro que la doctrina oficial de la “vía pacífica al socialismo” dejaba de ser mayoritaria. En adelante debería decididos ataques desde dentro.

Es por todo esto que cuando Fidel Castro se vuelve a su país, luego de la larga visita que realizó a fines de 1971, declara: “Regreso a Cuba más revolucionario, radical y extremista de lo que vine”. ¿Era posible realmente un socialismo democrático, una vez que uno analizaba la dinámica real del proceso chileno, considerando tanto los enemigos internos como los externos, que vamos a ver ahora?.

El grupo cercano a Allende comenzó dudar de esa posibilidad, lo mismo que Fidel. Pero ya era tarde para forjar una fuerza militar solvente, que pudiera servir de contrapeso para el golpe inminente.

martes, abril 17, 2007 

Proyecto económico de la Unidad Popular

Recomiendo leer estas líneas preparadas por Arturo León B.. Fueron motivadas por una invitación a un seminario que se celebró en mayo del 2003, bajo el título elocuente de “A treinta años de la Unidad Popular: ¿Fracaso o Derrota?”. León soslayó la cuestión, alegando un motivo importante. Términos como ‘fracaso’ o ‘derrota’ conllevan una idea implícita: que había algo en el proyecto económico allendista que hacía insoslayable un final trágico.

Esta visión un poco fatalista no conviene para hacer un buen análisis histórico. Porque da a entender que las cosas fueron como tenían que ser, que no era posible hacer nada para evitar el golpe, que la suerte del socialismo siempre estuvo jugada para mal.

Las líneas que vienen a continuación examinan opciones alterativas, que pudieron significar otros resultados. Al dejarnos llevar por este ejercicio tipo contrafactuales, logramos aprehender mejor la apuesta que se jugó entonces.

En fin, vamos a la lectura:



La tesis que sostenemos es que hubo errores tanto en la concepción del proyecto (en el diseño de la estrategia económica), pero especialmente en su puesta en práctica, errores que hicieron que el propio éxito entre comillas logrado el primer año en materia de redistribución del ingreso creara condiciones inmejorables para la rearticulación política de la oposición. El enorme exceso de poder de compra generado durante 1971 y el rápido agotamiento de la capacidad de la economía para responder al aumento del nivel y el cambio en la composición de la demanda interna crearon problemas en la esfera de la circulación que facilitaron la articulación de una oposición muy efectiva al Gobierno mucho antes de lo esperado.

Los problemas que generó el fuerte crecimiento del ingreso de gran parte de la población impidió entonces que el rápido mejoramiento de las condiciones de vida jugara el papel que se preveía en el proyecto de la UP: lograr el apoyo creciente al Gobierno durante todo su mandato y constituirse -como se afirmaba entonces- en el principal resorte para la acumulación de fuerzas que permitiría seguir avanzando en la realización del Programa. En realidad, eso ocurrió durante el primer año mientras hubo capacidad de respuesta del lado de la oferta para satisfacer la mayor demanda generada. Sin embargo, la enorme magnitud y poca selectividad de los incrementos de ingreso durante 1971 hicieron patentes los problemas ya a comienzos de 1972, creándose condiciones muy propicias para el florecimiento del mercado negro y la especulación, los que invariablemente prosperan en situaciones de creciente escasez de bienes básicos y de exceso de liquidez. Ambos fueron incentivados por amplios sectores de la oposición la que con ello no sólo lograba pingües ganancias, sino también buenos dividendos políticos. Pero también profitaron del mercado negro sectores de asalariados que tenían acceso a bienes de consumo básico a precios oficiales (a veces como parte de su remuneración) y que los revendían.

Ustedes comprenderán que esta caracterización resulta burda frente a la complejidad de los factores en juego. Quizás no es apropiado y sin duda no resulta fácil separar de manera tajante los aspectos netamente económicos de los aspectos políticos de la estrategia y del programa de la Unidad Popular. En realidad se necesitaría un bisturí o un láser para hacerlo. Pero nos invitaron a hablar hoy de los aspectos económicos del Gobierno de la Unidad Popular y aceptamos la invitación.

Para desarrollar nuestra interpretación de que hubo errores que se podian haber evitado es necesario recordar los principales elementos o los presupuestos de la estrategia de la UP en el campo económico. Vale decir, cuál era el diagnóstico que se tenía de la economía chilena y en particular acerca de la herencia del Gobierno del Presidente Frei Montalva, del sexenio 1965-1970. Revisando los abundantes materiales de la época, me parece que donde mejor se sintetiza la visión que orientó la estrategia económica de la Unidad Popular es en un trabajo de Pedro Vusković, primer Ministro de Economía del Gobierno del Presidente Allende, cuando el que "roncaba" era el ministerio de economía y no el de hacienda. El trabajo se publicó en la edición de septiembre de 1970 de la Revista del Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la Universidad Católica (CEREN) con el título Distribución del ingreso y opciones de desarrollo. El artículo recogía las ideas que venían desarrollando desde hacía tiempo numerosos académicos y, sin exagerar, no hubo un sólo economista partidario de la UP que no leyera este trabajo por lo menos un par de veces. No sé si todos lo comprendimos cabalmente.

¿Cuáles eran los elementos centrales de ese diagnóstico y cómo se plasmó en la estrategia de la UP, en la cual la política económica de corto plazo iba a jugar un rol tan decisivo para la suerte del Gobierno? ¿Había errores de diagnóstico? Como señalé, en nuestra opinión sí los había, pero no en la caracterización general del patrón de desarrollo de las economías de América Latina y de Chile en particular, sino en el optimismo que se tenía en relación con aspectos claves, los cuales no respondieron a las espectativas y que, a su vez, fueron decisivos para el temprano fracaso de la política económica de corto plazo.

El diagnóstico sobre las características del patrón de desarrollo chileno era ampliamente compartido: concentrador y excluyente; heterogéneo en su estructura; de bajo crecimiento, con tasas de ahorro e inversión insuficientes; exportaciones concentradas en recursos naturales con poco valor agregado, escasa asimilación y difusión del progreso técnico, etc.

¿Dónde estuvieron entonces los errores o fallas que dan pié para afirmar que en materia de política económica hubo fracaso y que este fracaso contribuyó en gran medida a la derrota? Sin desconocer que es fácil convertirse en general después de la guerra, yo diría que esos errores tuvieron que ver:

· En primer lugar, con un optimismo exagerado en cuanto a la capacidad que tendría el Gobierno para orientar o conducir un proceso de redistribución del ingreso que debía beneficiar principalmente a los estratos más pobres, pertenecientes a la mitad inferior de la distribución. Esto no ocurrió y en realidad lo que hubo fue una verdadera explosión de ingresos que benefició a no menos del 95% de la población. Y si bien se redujo el grado de concentración (porque los estratos de ingresos bajos se beneficiaron proporcionalmente más de los incrementos de ingreso), hubo un aumento nominal y real de las remuneraciones muy superior a lo esperado, aumento que la economía no era capaz de absorber sin grandes disrupciones. Más adelante daré algunas cifras que muestran esta explosión de ingresos y cómo se dio la redistribución.

· En segundo lugar, y estrechamente ligado a lo anterior, estaba el supuesto que se contaría con la capacidad para contener las demandas salariales exageradas de los obreros y empleados, basado en el hecho que los principales partidos de la coalisión eran los que habían comandado las luchas reivindicativas por varias décadas. Ello tampoco ocurrió y en verdad los pliegos se negociaron sobre la base del tejo pasado, incluso en el segundo año de Gobierno, cuando ya se vislumbraba el potencial inflacionario de los reajustes del primer año. Naturalmente las mejoras salariales siguieron asociadas a la capacidad de negociación de los sindicatos y en los reajustes salariales hubo escasa discriminación a favor de los salarios más bajos.

· En tercer lugar, el programa económico de corto plazo estaba impregnado por una concepción mecanicista -del tipo círculo virtuoso "kaleckiano"- en cuanto a la relación entre la redistribución del ingreso que se lograría, el cambio en la estructura de la demanda y su reorientación hacia bienes de consumo básico, es decir, hacia industrias poco intensivas en capital e intensivas en mano de obra. Se suponía que ello permitiría reactivar rápidamente la economía y reducir el desempleo, factor que reforzaría la redistribución del ingreso. Un elemento central del diagnóstico (el eslabón clave de ese círculo virtuoso) era la existencia de un "amplio" margen de capacidad instalada no utilizada, debido a que desde fines de 1967 la economía se encontraba semiestancada. Se estimaba que dicho margen era cercano a 25% en promedio y de 22% en el caso de las industrias de bienes de consumo habitual. Ahora bien, en cierta medida el circulo virtuoso operó y en la medida que lo hizo copó rápidamente la capacidad instalada; lo hiceron los stocks y luego no properaron los esfuerzos para expandir la producción en la medida que era necesario. No había “ambiente” para que frente a los cambios en la propiedad, el empresariado, especialmente el mediano y grande, volcara los excedentes a expandir la producción.

El siguiente párrafo del trabajo de Pedro Vusković ilustra cómo se concebían estos aspectos en el esquema de la nueva estrategia de desarrollo propuesta. "En un esquema de esta naturaleza ... decía Vusković ... se concibe que las relaciones circulares descritas en páginas anteriores contribuirían a reforzar efectos positivos. La estructura de la capacidad productiva tendría que ir adaptándose progresivamente, en su composición sectorial y por tipo de actividades, a una composición de la demanda -reflejo de una distribución más equitativa del ingreso- en que cobran dinamismo los sectores que hasta hoy se califican de "vegetativos". Estos últimos se caracterizan en general por menores requerimientos de capital y mayor capacidad de absorción de mano de obra; en consecuencia, el levantamiento rápido de la tasa de ahorro y formación de capital deja de ser un requisito esencial para acelerar el ritmo global de crecimiento, lo que se ve fortalecido además por el hecho de que en esas ramas de la producción, la economía chilena registra márgenes amplios de capacidad ya instalada y no utilizada plenamente" Aquí termina la cita.

· Por último, en el manejo de la política económica no se le dio la importancia que merecían a los aspectos monetarios. Hubo descuido de precios y variables claves para el funcionamiento económico, error especialmente grave si se comete en un período de muy rápida expansión del ingreso y en el marco de una economía que se regía y se seguiría rigiendo por las "leyes" del mercado, por mucho que el proyecto se propusiera y hubiese iniciado cambios drásticos al respecto. En alguna medida ello reflejaba poca claridad sobre la naturaleza de las dificultades económicas que se vivían ya a fines del primer año de gobierno, a lo que habría que agregar que quizás las energías se volcaron cada vez más hacia el logro de los objetivos de transformación patrimonial e institucional contemplados en el Programa de la Unidad Popular.

Como señalamos en nuestro trabajo con José Serra, las autoridades y los principales dirigentes de la UP parecían no estar conscientes de la naturaleza de los problemas económicos que se presentaban a fines de 1971. Ello se aprecia claramente en el documento que resultó de la “reunión de El Arrayán”, destinada precisamente a hacer un balance de lo realizado durante el primer año y a definir las tareas a impulsar de ahí en adelante. El documento que salió de esa reunión casi no hace referencia al potencial inflacionario acumulado y al repunte de precios que ya tenía lugar. Sólo al final de un perdido párrafo se reconoce la necesidad de disminuir la cantidad excesiva de dinero en manos del sector privado y sobre todo de las grandes empresas, y se señala que esta tarea se enfrentará mediante disposiciones generales de créditos a acordarse por el Banco Central, como si el exceso de cantidad de dinero dependiera exclusivamente de un manejo más o menos eficiente del crédito.

También es muy ilustrativo de la falta de claridad de la situación económica de ese momento el discurso del Ministro Zorrilla en el Congreso, en noviembre de 1971. Las referencias del Ministro de Hacienda a la política antinflacionaria y de remuneraciones eran vagas y generales, indicando que, en los hechos, se seguiría con el esquema de 1971, no obstante que las condiciones objetivas habían cambiado radicalmente.

¿Cómo se dio el proceso redistributivo? No hay tiempo para hacer un examen detallado de modo que me limitaré a destacar algunos puntos para apoyar lo dicho. Los antecedentes para el análisis de este aspecto tan crucial dentro del Programa de la Unidad Popular aparecen en el trabajo citado. Los datos se refieren al Gran Santiago y provienen de las encuestas trimestrales de empleo del Instituto de Economía de la Universidad de Chile, correspondientes a los meses de Junio de 1970 a 1973.

a) En primer lugar, entre junio de 1970 y junio de 1972 hubo una mejora distributiva notable cuya mayor parte se logró en el primer año: una reducción de 15% del índice de Gini (de 0.563 a 0.481) en menos de dos años representa un cambio muy fuerte, especialmente si se lo juzga a la luz de la experiencia actual. Para tener una idea de su enorme magnitud, recordemos que en 1971 la participación de los perceptores de sueldos y salarios en el ingreso geográfico alcanzó la proporción que según el Plan Sexenal de ODEPLAN debería haberse obtenido recién en 1976. En un año se logró lo que debía haberse logrado en seis.

b) Sin embargo, esa mejora distributiva se obtuvo con un aumento de la participación no sólo del 50% más pobre sino también del 30% siguiente. Ambos grupos elevaron su cuota en el ingreso total en 3.7 puntos porcentuales. También lo hizo el 15% siguiente (que elevó su participación en 1,3%) y sólo el 5% más rico (o tal vez sólo el 1% de la cúpula) la habría visto reducirse y en un porcentaje bastante alto.

c) Junto con ello se generó una expansión del poder adquisitivo enorme, una verdadera explosión de ingresos. En menos de dos años el ingreso de los cuatro primeros quintiles de la población aumentó en términos nominales en alrededor de 56% y en un 24% en términos reales. Obviamente las presiones inflacionarias no se hicieron sentir y ya desde comienzos de 1972 -cuando la inflación se aceleró- los reajustes de remuneraciones comenzaron a perseguir a los aumentos de precios, en un esquema inverso al de 1971. Recordemos que de acuerdo con el IPC del INE la inflación en 1971 fue de 21% (frente al 35% de 1970) y de 40% en 1972.

d) ¿Qué ocurió luego entre junio de 1972 y mediados de 1973? La extensión del mercado negro y la fuerte discrepancia entre los precios oficiales y los paralelos ya era muy grande y por lo tanto resulta más difícil evaluar la suerte del proceso de redistribución. Es intersante constatar, sin embargo, que si se utiliza el IPC que comenzó a calcular en enero de 1973 el Instituto de Economía de la Sede Occidente de la Universidad de Chile (y que a partir de ese año quizás reflejaba mejor que el IPC oficial la variación de los precios), se concluye que entre 1972 y 1973 (junio a junio) tanto el 50% más pobre como el 30 % siguiente conformado por estratos medios y medios-bajos habían perdido casi toda la mejora que habían logrado en los dos años previos (+29% vs -23% y +26% vs -24%). Las cifras sobre subdeclaración de ingresos en la encuesta deben haber aumentado de modo que es más difícil analizar la evolución de los ingresos del quintil más rico, pero sin duda el 15% más alto debe haber tenido pérdidas netas de ingreso nada despreciables. Así, la redistribución del primer año se revirtió a partir de 1972 y ya a mediados de 1973 prácticamente todos los grupos que se habían beneficiado habían perdido buena parte de las mejoras obtenidas durante el “glorioso” primer año de Gobierno de la Unidad Popular. Quizás el 50% de abajo no mostró un retroceso tan fuerte como los sectores medios pues siguieron beneficiándose del bajo desempleo y los reajustes de los ingresos mínimos.

Naturalmente este cuadro es una ultra simplificación porque no decimos nada de los condicionantes políticos de la experiencia. Yo quisiera detenerme por aquí, pero con razón ustedes se preguntarán cuáles son las conclusiones o las lecciones. En verdad les digo que me resulta complicado extraer lecciones de lo que fue el proyecto y el proceso económico de la Unidad Popular. En el trabajo con Serra que mencioné al comienzo sólo nos atrevemos a hacer algunas reflexiones finales sobre esa experiencia. Me limitaré a recoger algunas de ellas.

La primera es que en la política de corto plazo hubo fallas que no eran necesariamente consustanciales a la vía al socialismo que se perseguía. Por ejemplo, puesto que desde temprano el ímpetu reivin­dicativo de los asalariados se reveló irresistible, - haciendo del tejo pasado un fenómeno generalizado -, una mayor holgura en la política de precios, incluyendo al tipo de cambio, podría haber atenuado las presiones inflacionarias futuras y no se hizo. Hay que tener en cuenta que aunque el alza de precios en 1971 hubiera sido semejante a la de 1970, igualmente se hubiese logrado una redistribución del ingreso muy importante, pero de una cuantía que hubiese implicado una menor disrupción económica que habría dado más tiempo para responder desde el lado de la producción.

Por otra parte, hubo un optimismo injustificado respecto del sector externo, lo que indujo a retrasar un año la renegociación de la deuda externa y reforzó la errónea política de congelación del tipo de cambio durante 1971.

Tampoco hubo una preocupación efectiva por una mejor organización y un mayor control de la comercialización y distribución ­de productos, tarea que debería haberse enfrentado desde el inicio del Gobierno dados los problemas que generaría el fuerte aumento del ingreso.

Hubo pocos esfuerzos, al menos en relación con los que se necesitaban, para elevar los ingresos tributarios luego del primer año del Gobierno. Las medidas propuestas al Congreso con ocasión de las leyes de reajustes de 1971 fueron tímidas, precisamente cuando las condiciones políticas eran más favorables para el logro de concesiones por parte de la oposición parlamentaria. Al mismo tiempo, la Unidad Popular definió un programa de obras públicas y viviendas costoso e irreal, programando un déficit presupuestario que, no obstante haber quedado muy por debajo del efectivo, era uno de los mayores de la historia económica de Chile.

Sin duda todos estos factores contribuyeron a que el Gobierno apareciera más desarmado a lo largo del decisivo primer semestre de 1972, cuando los trastornos económicos comenzaron a acelerarse.

Si bien estas fallas y errores contribuyeron a la explosión de ingresos del primer año o a dificultar la atenuación de sus efectos, nos parece que en ningún caso son suficientes para explicar todo el fenómeno y ni siquiera para constituir su "causa" principal.

En verdad, la posición del Gobierno sólo puede comprenderse en el marco de la estrategia vigente para la toma del poder de parte de la Unidad Popular, o bien, de parte de la oposición, de debilitarlo y/o derrocarlo. La pasividad o permisividad de los dirigentes gubernamentales y de los partidos de la izquierda a las presiones más economicistas no eran, en lo fundamental, fruto de alguna ignorancia teórica o de un excesivo espejismo de sus autoridades económicas, sino más bien de la magnitud de esas presiones, de la imposibilidad de atenuarlas por métodos represivos sin con ello desgastarse políticamente en forma suicida, así como del deseo de capitalizarlas en su favor. En efecto, ¿cómo podía la UP arriesgarse a un debilitamiento frente a los sectores asalariados que eran su espina dorsal, o entrar en conflicto con los que se inclinaban hacia la oposición, cuando, al mismo tiempo, se golpeaba duramente a los intereses de todos los sectores de la burguesía doméstica e internacional, sin contar, por otro lado, con más de una rama del poder civil y ninguna fracción del poder armado?

Estas observaciones remiten a otro tipo de problemas, que se relacionan con la naturaleza misma del Programa de la Unidad Popular, así como con su línea táctico-estratégica. En efecto, la "vía al socialismo" propugnada por la Unidad Popular implic­aba que la coalición de izquierda iniciaría el proceso de cambios a partir de una posición minoritaria dentro del cuadro político chileno. El paso de una posición minoritaria a una mayoritaria dependía entonces de los mismos cambios en las relaciones de propiedad que el Gobierno de Allende impulsaría, junto a la extensión de amplios beneficios económicos a las clases populares y medias. Nos parece que en ese contexto, y dadas las características de la estructura social chilena, era muy elevada, para no decir inevitable, la propensión a la explosión de ingresos y, por lo tanto, a la disrupción económica. ¿Cómo evitarla?

A nuestro juicio, una de las alternativas más plausibles habría requerido por parte de la izquierda una evaluación inicial distinta en cuanto a las posibilidades de cambios que se abrían a fines de 1970, lo cual implicaba concepciones táctico-estratégicas y programáticas muy diferentes a las que prevalecieron. Hubiese sido necesario formar una coalición de fuerzas mucho más amplia, que ex­presara orgánica, política e ideológicamente a la mayoría nacional que en las elecciones presidenciales se había manifestado a favor de un proceso de profundos cambios en el sistema económico social. Forzosamente, dicha coalición hubiese tenido que in­corporar a importantes sectores que entonces respaldaron al candidato demócratacristiano.

En ese esquema, el Gobierno habría contado, entre otras cosas, con mucho más solidez para moderar, y menos ne­cesidad de conceder, los fuertes reajustes de remuneraciones que fueron la "causa aritmética" más inmediata de la explosión de ingresos del primer año. Pero, sin duda, ello habría impli­cado también que el proceso de cambios tuviera una extensión, profundidad, ritmo, secuencia y estilo muy diferentes de los que la Unidad Popular anheló y trató de llevar a cabo.

martes, abril 03, 2007 

Visión de la Unidad Popular del tema económico

El proyecto político de la Unidad Popular se instancia en una serie de supuestos relacionados con la economía, que demostraron ser inexactos. Este falló en la predicción inicial sepultó la viabilidad del programa político y social, que miraba a una lento tránsito hacia el socialismo, desde dentro de la institucionalidad democrática. ¿Cuáles fueron las razones de este error de cálculo que resultó lapidario? Para entrar bien en eso conviene leer las páginas que dedica Patricio Meller, en Un Siglo de Economía Chilena. Luego de pasar revista a la visión que tenían los técnicos del problema económico, tenemos que hacer una análisis muy cuidado de la manera cómo se comportaron las distintas variables cuando hubo que trasformar estas ideas en acciones concretas de política:


Diagnóstico de la Unidad Popular

De acuerdo a la Unidad Popular (UP), la economía chilena tenia hacia 1970 cuatro características fundamentales que debían ser corregidas: monopólico, (externamente) dependiente, oligárquica y capitalista.

Los siguientes indicadores para la década de 1960 evidencian el grado de concentración de la economía: a) 248 firmas controlaban todos y cada uno de los sectores económicos, y el 17% de todas las empresas concentraban el 78% de todos los activos. b) En la industria, el 3% de las firmas controlaban mas del 50% del valor agregado y casi el 60% del capital, c) En la agricultura, el 2% de los predios poseían el 55% de la tierra. d) En la minería, tres compañías norteamericanas controlaban la producción de cobre de la Gran minería, que representaba el 60% de las exportaciones chilenas en 1970. e) En el comercio mayorista, 12 empresas -0,5% del total- daban cuenta del 14% de las ventas. f) En la banca, el banco estatal (Banco del Esta-do) controlaba casi el 50% de los depósitos y los créditos, y 3 bancos privados (de un total de 26) controlaban mas del 50% del remanente".

Supuestamente, estos grandes monopolistas habían incrementado su participación y sus utilidades gracias a numerosas medidas especiales, como líneas de crédito preferenciales, subsidios, incentivos tributarios especiales, diferenciales de aranceles y acceso especial a las divisas. De acuerdo a un analista de la U.P., "el rol del Estado ha sido siempre favorecer al gran capital monopolista y sus intereses fundamentales".

En cuanto a la dependencia externa de Chile, se señalaba que: a) La naturaleza monoexportadora del país, con el cobre representando mas del 75% de las exportaciones totales, implicaba que las fluctuaciaciones del precio en los mercados mundiales ejercían un gran impacto sobre la balanza de pagos chilena y sobre los ingresos del gobierno. b) Las remesas de utilidades por extranjeros representaban alrededor del 20% de las exportacio­nes. c) De las 100 firmas industriales mas grandes de fines de la década de 1960, 61 tenían participación extranjera.

Según Vuskovic (1970), la significativa presencia de firmas extranjeras provocaba una alta dependencia externa porque la tecnología importada determinaba que los métodos de producción en Chile se copiaran del exterior, y porque Chile adquiría también los patrones de consumo de los países desarrollados ("electo de demostración"). Además, la burguesía chilena empezaba a adquirir un patrón de preferencias e intereses que se identificaban mas con el capital internacional que con los intere­ses nacionales.

La característica oligárquica era fundamentada aludiendo a la situación de la distribución del ingreso en los años 60. Mientras el 10% más pobre de la población tenía una participación de 1,5% en el ingreso total, el 10% más rico abarcaba el 40,2%. La razón entre el ingreso de ambos grupos era de 1 a 27'.

Dadas las características anteriores, y desde el punto de vis­ta de la UP, los frutos del desarrollo económico chileno se concentraban en una pequeña elite privilegiada. De acuerdo a Vuskovic, este proceso se perpetuaba de la siguiente forma: i) la distribución desigual del ingreso generaba un patrón de consumo de demanda determinado; el mercado estaba dominado por los bienes demandados por los grupos de alto ingreso. La consecuencia, las firmas producían fundamentalmente para satisfacer este tipo de demanda, ii) existía un sistema productivo dual, con un sector moderno de alta tecnología y otro sector atrasado. Solo el primero incorporaba el progreso tecnológico a la producción de bienes para los grupos de alto ingreso, en tanto que el sector atrasado permanecía estancado. La creciente participación de la inversión extranjera reforzaba esta estructura dual, y iii) debido al volumen total relativamente reducido de bienes demandados por los grupos de alto ingreso, v dado su amplio espectro de consumo, las firmas modernas operaban a una escala inadecuadamente baja, con un nivel reducido de eficiencia. En consecuencia, la estructura de la producción era ineficiente, ya que se producían principalmente bienes no esenciales. La pequeña escala de producción conducía a una mayor concentración, que reforzaba el sesgo inicial del patrón de distribución del ingreso.

Se trataba de un círculo vicioso, en el que el patrón inicia de distribución desigual del ingreso generaba una estructura productiva altamente monopólico que acentuaba el sesgo existente en la distribución del ingreso. La economía se volvía mas y más orientada hacia la satisfacción de los patrones de consume de los grupos de ingreso alto, mientras los sectores productivos que generaban bienes esenciales o básicos para la mayoría permanecían estancados. Las desigualdades en el ingreso v la riqueza conducían a un alto grado de concentración del poder; de este modo, la interrelación entre el poder político v el económico reforzaba la estructura prevaleciente en el país. A fin de cambiar las condiciones económicas, se requería alterar sustancialmente la estructura de propiedad. Esto generaría un patrón diferente de demanda que estimularía la producción de los bienes básicos consumidos por la gran mayoría.. Así los recursos económicos no serían despilfarrados en la producción de bienes no esenciales.

Las propuestas económicas de la Unidad Popular

El programa de la U.P. hacía una afirmación explicita de su naturaleza antiimperialista, antioligárquica y antimonopolica, que marcaba el tono de los profundos cambios estructurales que proponía realizar, los que irían en beneficio de los trabajadores en general (obreros y empleados), de los campesinos y pequeños empresarios, esto es, de la inmensa mayoría nacional. El gobierno de la U.P. iba a ser un experimento histórico en el que la transición al socialismo se daría a través de la estructura institucional existen-te. Para facilitar esta transición se requerían dos elementos: la estatización de los medios de producción y una mayor participación popular.

Los objetivos políticos de la U.P. fueron formulados muy claramente. El propósito declarado era el establecimiento del re­gimen más democrático de la historia de Chile a través del traspaso del poder desde los grupos dominantes a los trabajadores. Para ello, los trabajadores chilenos tendrían que adquirir poder real, y usarlo efectivamente. El propósito de los cambios estructurales era "superar el capitalismo". Lo que estaba en juego era el reemplazo de la estructura económica imperante por la construcción del socialismo.

Las reformas estructurales de la U.P. abarcaban un amplio rango: a) Nacionalización de los principales recursos del país (la Gran minería del Cobre, carbón, salitre, hierro y acero). b) Expansión del Área de Propiedad Social, a través de la estatización de las empresas industriales más grandes. c) Intensificación de la reforma agraria. d) estatización del sistema bancario. e) Control estatal de las principales firmas mayoristas y distribuidoras.

En síntesis, las reformas estructurales se dirigían a depositar el control de los medios de producción en manos del Estado. Las ventajas y la racionalización de este objetivo estaban en que, si el Estado obtenía el control de los medios de producción, estaría en mejor posición para adoptar decisiones económicas que consideraran en forma preferente el bienestar de los trabajadores. Este control produciría un aumento del excedente económico controlado por el Estado. Con los recursos adicionales obtenidos, el Estado podría planificar y guiar el desarrollo económico en una dirección que favoreciera a la gran mayoría. De hecho, "el problema principal no es la eficiencia sino el poder, esto es, ¿quien controla la economía y para quien?" (...) "Lo que esta en juego es la propiedad de los medios de producción por una pequeña minoría; entonces, las cuestiones económicas reales son: quien tiene el poder de fijar los precios y por lo tanto las utilidades, y quien captura el excedente económico y decide como reinvertirlo" (...) "Centrar la discusión en la eficiencia elude discutir quien detenta realmente el poder económico y por que una pequeña minoría que posee los medios de producción es capaz de subyugar a la mayoría". En palabras del ministro de economía Pedro Vuskovic, poco después de que Allende asumiera la presidencia, "el control estatal esta proyectado para destruir la base económica del imperialismo y la clase dominante al poner fin a la propiedad privada de los medios de producción".
Una corriente de opinión dentro de la Unidad Popular sostenía que las políticas macroeconómicas de corto plazo eran complementarias y en apoyo de las reformas estructurales, demostrando así que "es posible realizar reformas estructurales profundas y, al mismo tiempo, alcanzar importantes resultados positivos en la redistribución del ingreso, el crecimiento, la inflación y el empleo". Esto, según se ha explicado, se debía a que aun las políticas macroeconómicas tradicionales llevan implícito un elemento de clase: "las políticas de corto plazo, por definición, son una herramienta para mantener el statu quo': no solo son la expresión de un cierto ambiente institucional, sino que también se orientan a su consolidación. En este sentido, las políticas macroeconómicas de la U.P. no pueden analizarse por separado: "esto seria un grave error analítico (...) ellas deben examinarse en el ambiente prevaleciente que proporcionara la racionalización de por que se hizo lo que se ha hecho".

En una perspectiva diferente, se ha argumentado que el con­trol de la inflación era realmente un objetivo clave para la U.P., debido a razones políticas y económicas. A nivel político, la U.P. había anunciado durante la campana que derrotaría a la inflación, y criticaba a los gobiernos anteriores por su incapacidad para controlar este problema. Por otra parte, debido a la proximidad de las elecciones municipales (marzo de 1971), el gobier­no de la U.P. quería mostrar rápidamente un indicador de éxito.

A nivel económico, dado que la redistribución del ingreso se llevaría a cabo mediante aumentos de los salaries nominales, era importante reducir la inflación para asegurar un incremento de los salaries reales.

Un elemento clave de la política macroeconómica de la U.P. fue el alto nivel de capacidad no utilizada y desempleo de la economía chilena, así como de las reservas internacionales y los inventarios industriales. Los economistas de la U.P. no hicieron comentarios respecto de las limitantes relativas a los niveles de capacidad especifica sectorial, que pueden ser muy diferentes de las cifras globales, y a que la utilización de la capacidad disponible no utilizada es una holgura "por una sola vez". Una percepción mecanicista sugería implícitamente que las transformaciones estructurales ayudarían rápidamente a resolver los problemas macroeconómicos.

La política antiinflacionario de la U.P. se basaba en los siguientes planteamientos: (a) La inflación es en realidad un fenómeno estructural. El control de precios, la eliminación del sistema de mini-ajustes cambiarios y la nueva estructura económica detendrían la inflación. (b) El control estatal de la mayor parte del aparato productivo y de comercialización sentaría las bases para terminar con la inflación. (c) Dados los controles de precios y los reajustes salariales, los salaries subirían mas que los precios, lo que llevaría a una reducción de la tasa de utilidad unitaria. Sin embargo, considerando la existencia de capacidad no utilizada, el aumento de la producción y de las ventas compensaría la declinación de las utilidades unitarias, manteniendo el nivel global de las ganancias.

Según el ministro de Hacienda de la U.P., los efectos de las medidas anteriores implicarían que en muy breve plazo "los au­mentos de precios desaparecerán y en el futuro se recordara la inflación como una pesadilla de gobiernos anteriores, que eran los sirvientes del gran capital". El programa de la U.P. contenía una visión mas moderada, según la cual la inflación desaparecería debido a las medidas antimonopólicas y al apoyo de la mayoría de la población.

 

Mensaje radial de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973

7:55 A.M. RADIO CORPORACIÓN

Habla el Presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el gobierno, del gobierno legítimamente constituido, del gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano.

En estas circunstancias, llamo a todos los trabajadores. Que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan la calma y serenidad. Hasta este momento en Santiago no se ha producido ningún movimiento extraordinario de tropas y, según me ha informado el jefe de la Guarnición, Santiago estaría acuartelado y normal.

En todo caso yo estoy aquí, en el Palacio de Gobierno, y me quedaré aquí defendiendo al gobierno que represento por voluntad del pueblo.

Lo que deseo, esencialmente, es que los trabajadores estén atentos, vigilantes y que eviten provocaciones. Como primera etapa tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva , de los soldados de la patria, que han jurado defender el régimen establecido que es la expresión de la voluntad ciudadana, y que cumplirán con la doctrina que prestigió a Chile y le prestigia el profesionalismo de las Fuerzas Armadas. En estas circunstancias, tengo la certeza de que los soldados sabrán cumplir con su obligación. De todas maneras, el pueblo y los trabajadores, fundamentalmente, deben estar movilizados activamente, pero en sus sitios de trabajo, escuchando el llamado que pueda hacerle y las instrucciones que les dé el compañero Presidente de la República.


8:15 A.M. RADIO CORPORACIÓN

Trabajadores de Chile: les habla el Presidente de la República. Las noticias que tenemos hasta estos instantes nos revelan la existencia de una insurrección de la Marina en la provincia de Valparaíso. He ordenado que las tropas del ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista. Deben esperar la instrucciones que emanan de la Presidencia. Tengan la seguridad de que el Presidente permanecerá en el Palacio de La Moneda defendiendo el gobierno de los trabajadores. Tengan la certeza que haré respetar la voluntad del pueblo que me entregara el mando de la nación hasta el 4 de noviembre de 1976.

Deben permanecer atentos en sus sitios de trabajo a la espera de mis informaciones. Las fuerzas leales respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados, aplastarán el golpe fascista que amenaza a la patria.


8:45 A.M. RADIO CORPORACIÓN

Compañeros que me escuchan: La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas.

En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada.

Yo tenía contabilizada esta posibilidad, no la ofrezco ni la facilito.

El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse.

Compañeros, permanezcan atentos a las informaciones en sus sitios de trabajo, que el compañero Presidente no abandonará a su pueblo ni su sitio de trabajo. Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida.


9:03 A.M. RADIO MAGALLANES

En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por mandato conciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas.

En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor.

Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta patria. Caerá un baldón sobre aquellos que han vulnerado sus compromisos, faltando a su palabra ... roto la doctrina de las Fuerzas Armadas.

El pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni debe dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor.


9:10 A.M. RADIO MAGALLANES

Seguramente, ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las antenas de radio Magallanes. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director general de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡No voy a renunciar!

Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará esperando con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Me dirijo a ustedes, sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios clasistas que defendieron también las ventajas de una sociedad capitalista.

Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder.
Estaban comprometidos. La historia los juzgará.

Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

jueves, marzo 29, 2007 

Lecturas para primera prueba

Estimados y estimadísimas, las lecturas de la primera prueba son:

a) Alan Angell: "La izquierda en América Latina desde c. 1920", en Leslie Bethell, ed., Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, 1997, vol. 12, pp.73-131. Este artículo hace un excelente repaso que pone muy en perspectiva los alcances de la experiencia de Allende.

b) Julio Pinto: "Hacer la revolución en Chile", en J. Pinto, Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (Santiago, Lom, 1993, pp.9-33). En algo más de veinte páginas el autor examina las importantes divergencias que existían al interior de las fuerzas leales a la UP y va viendo como ellas minan por los pies ese proyecto, hasta hacerlo completamente inviable.

c) Alan Angell: "La Vía Chilena al Socialismo", en A. Angell, Chile de Alessandri a Pinochet: en busca de la utopía (Santiago, Andrés Bello, 1993, 61-90). Un segundo aporte de Angell, que destaca en forma apropiada los alcances del peculiar intento de la izquierda chilena de llegar a la revolución, por camino distinto al seguido por todos los 'socialismos reales'

d) Alain Rouquié y Stephen Suffern: "Los militares en la política latinoamericana desde 1930", en Leslie Bethell, ed., Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, 1997, vol. 12, pp.73-131.

e) Cristian Gazmuri: "Una interpretación política de la experiencia autoritaria (1973-1990)". Este artículo nos entrega una de las visiones más claras y correctas del régimen militar. El autor fue muy gentil con ustedes: puso todo eso en muy pocas páginas.

martes, marzo 27, 2007 

Transición vista desde fuera

Cuesta mirarse el ombligo. La transición es un proceso inconcluso, en más de un aspecto, cuyos contornos resultan difíciles de discernir desde dentro. A nuestros visitantes les sale más fácil discernir las formas en que nosotros vivimos. Su lectura siempre es refrescante y vitalizadora. Ofrezco a los lectores de este blog el punto de vista de Timoty Scully, conocido estudioso de la historia política chilena. Agrego un botón colombiano: el ensayo de Edgar Velazquez que examina las visiones que existen sobre la transición.

lunes, marzo 12, 2007 

Las protestas en los 80´s

Un poco de “Sol y Lluvia” en la protesta de los 80’

Por Macarena Sánchez


Introducción

Ya han pasado varios años desde que la historiografía positivista y sus interpretaciones fragmentadas, respecto a la temática de estudio, ha quedado relegada para abrir paso a un amplio espectro del conocimiento cultural de determinados períodos. Es bajo esta premisa que el arte y la cultura comienzan a constituirse en focos de atención dentro de nuestra disciplina. El universo simbólico, desplegado a partir de la creatividad del individuo, es presentado como una de las ventanas más importantes para develar ciertos dispositivos claves dentro de procesos determinados.

Los temores, sueños y aspiraciones de una colectividad encuentran su correlato y representación tangible en aquél ámbito no utilitario que constituye el arte. La música, en este sentido, ha sido durante varias décadas un elemento dual de denuncia social y goce estético. Ya a partir de la segunda mitad del siglo XX, y producto de un creciente sentimiento americanista, en Chile comienza a perfilarse una rama fundamental dentro de la historia social y política criolla, me refiero a la Nueva Canción Chilena. En ella se funden cosmovisiones básicas y fundantes de formar patria: el folclor, lo popular-proletario y lo identitario. Una de las representantes más contadas de esta línea y que se convertirá en uno de los íconos más influyentes desde los 70’ en adelante es Violeta Parra.

Para muchos esta línea musical sirvió de sustento y propaganda ideológica para el “socialismo a la chilena” de Salvador Allende y la UP. Esto se debió, seguramente, a la carga de contenido social presente en la letra y la elección instrumental de estos grupos, muy vinculada a influencias indigenistas. Así con la llegada de los militares al gobierno en 1973 y las medidas represivas, la persecución a los artistas tildados como “marxistas” fue una de las misiones sistemáticas de instituciones como la DINA y otros organismos de represión. Muchos grupos como Illapu, Inti-Illimani, fueron exiliados o se autoexiliaron en virtud del acoso vivido en los primeros años después de la instauración del régimen marcial.

Los grupos que logran sobrevivir a la primera gran oleada de homicidios y torturas sistemáticas del gobierno de Pinochet, comienzan desde el anonimato a rearmar su discurso artístico a partir de un nuevo referente, la resistencia, la denuncia, pero también el miedo y la clandestinidad. Es así como en la década de los 70’ se vive una suerte de enfrascamiento y complejización de la estructura y mensaje musical de los representantes o herederos de la Nueva Canción Chilena o Canto Nuevo. Así lo analiza Fabio Salas, presentando un amplio espectro de representantes cuya dificultad metafórica los situaba en un elevado circuito de composición, pero también los encuadraba dentro de un público selecto de instrucción superior-universitaria, que fuera capaz de develar los mensajes ocultos dentro la propuesta musical[1].

Esta fue, a grandes rasgos, la dinámica a seguir por muchos de los representantes de esta vertiente artística: Un fuerte elitismo creciente y un repliegue movilizador. Este fenómeno se entiende en virtud de las políticas sistemáticas de terror que utilizó el gobierno durante estos años y el fuerte control de los medios de comunicación que impedía la difusión masiva de los sobrevivientes artísticos. Con todo, esta antipatía y pasividad social no podía durar muchos años más. Las medidas económicas tomadas por el nuevo régimen, tendientes a “liberalizar” la economía tuvieron un alto costo social y ya para 1982 (año en que se desata la gran crisis económica) el hambre y la impotencia frente a las violaciones a los Derechos Humanos fue más grande que el temor a las represalias de la autoridad. Es así como en este período se inaugura una nueva etapa donde vemos una creciente efervescencia política y social; una comunidad más combativa y movilizada y una cultura concordante con estos procesos. Nuevos y antiguos grupos musicales comienzan a salir a las calles y participar de actos de protesta, tanto oficiales como clandestinos, siendo un sustento vital para la configuración de un ala opositora al régimen. En esta temática encontramos representantes y autores de una nueva estructura narrativa, con miras a un público más masivo y la búsqueda de movilizaciones populares más fuertes. Para algunos de estos el compromiso político superó el goce estético y constituyeron verdaderos voceros de pasquines subversivos.


Presentación

La década de los 80’, especialmente a partir de 1982, comienza a presentar los primeros grandes conflictos de legitimación interna del régimen militar. Las reformas neoliberales instauradas durante los años precedentes colapsaron para la citada fecha. La tasa de desempleo alcanzó al 22 por ciento y las remuneraciones cayeron en un 40. Entre 1982 y 1983 el Producto Interno Bruto (PIB) decreció en un 19 por ciento. Gran parte de la banca que la Junta Militar había privatizado, vendiéndola con descuentos exorbitantes de hasta casi el 50 por ciento de su valor contable, tuvo que ser nacionalizada de nuevo[2].

Existía una creciente desconfianza en la economía chilena, producto, entre otras cosas, de una relación poco transparente entre la banca y el empresariado local; el creciente descontento social, producto de una concentración hipertrófica de los recursos en un porcentaje ínfimo de la población y el clima de inseguridad propio de un sistema de excepción. Estos hechos desincentivan la inversión extranjera, principal foco de acumulación de capitales del período. La fuga de divisas y la paralización en la inversión ocasionaron una fisura preocupante en distintas ramas del sistema financiero nacional.

Frente a un escenario de concesiones altamente favorables para la inversión, producto de una desarticulada representación sindical, un marxismo decapitado y un nulo sistema de protección laboral, la concentración económica y el acceso a fuentes financieras foráneas se presentó como uno de los vehículos de fácil enriquecimiento industrial. La concentración fue producto de la primera ronda de privatizaciones, la cual permitió que cinco grupos económicos controlaran, en 1978, casi dos tercios del patrimonio total de las doscientas cincuenta mayores empresas privadas del país. “Estos conglomerados se alimentaban a través de una compleja trama de sociedades tapaderas, conocidas posteriormente con el nombre de ‘sociedades de papel’, que absorbían los recursos financieros de los bancos —que estaban en manos de los mismos conglomerados—, lo cual provocó un excesivo endeudamiento interno y externo”[3].

La crisis se hizo sentir con fuerza y el trastorno bancario fue uno de sus primeras manifestaciones. “En enero de 1983, Pinochet disolvió el Banco Hipotecario y de Comercio (BHC), el Banco Unido de Fomento y la Financiera Ciga. Nacionalizó cinco bancos: el Banco de Chile, el Banco de Santiago, el Banco de Concepción, el Banco Internacional y el Colocadora Nacional de Valores. El BHC y el Banco de Chile eran los dos mayores bancos del país. Al disolver o intervenir la instituciones financieras (dieciséis en total), las empresas que formaban parte de los conglomerados también fueron intervenidas o comenzaron a colapsar. Las instituciones financieras y empresas intervenidas constituyeron lo que se llamó el ‘Área Rara’”[4].

Esta situación creó una inestabilidad interna dentro del sistema impuesto por los militares. La efervescencia política comenzaba a darse una nueva cita en el escenario local. La represión podía ser legitimada, como se hace desde el revisionismo actual del período, a partir de un éxito económico; sin embargo, cuando el hambre, el desempleo y la indefensión se mezclan con el terror, no puede faltar mucho para que comiencen a brotar los primero focos sediciosos. La crisis económica de 1982 fue resuelta por Pinochet aplicando medidas que estimularon artificialmente la demanda, tales como la fijación de un salario mínimo y la puesta en marcha de un plan estatal para la creación de quinientos mil puestos de trabajo (para una población de trece millones de personas) a través de programas de contratación de mano de obra poco cualificada[5].

En virtud de este escenario recién esbozado, la oposición gana fuerza. Este antagonismo no venía de los sectores tradicionalmente en materia política, si no que había logrado movilizar a grupos que habían despertado recientemente a lucha reivindicativa. Artistas (como el grupo de teatro Ictus), cantantes, periodistas, trabajadores, miembros eclesiásticos y la sociedad civil, en general (con un alto componente femenino) comienzan a organizarse y alzar la voz. Así uno de los hitos que podemos mencionar como fundantes de un proceso sistemático de oposición es “La primera Protesta Nacional, ocurrida el 11 de Mayo de 1983”[6].

Ya a comienzos de 1978, ex miembros del Congreso - organizados desde 1974 en el "Círculo de Ex Parlamentarios" - y el Proyecto de Desarrollo Nacional (Proden), una amplia coalición política, comienzan una serie de reuniones nocturnas, sostenidas con extrema precaución, con el objeto de esbozar un plan para derrotar al régimen. En Marzo de 1983, se crea la Alianza Democrática, coalición política que fijo la salida de Pinochet como condición fundamental para lograr un acuerdo nacional. Al mismo tiempo, los sindicatos volvían a organizarse lentamente, en especial, en las minas cupríferas, base de la economía chilena.

El peso chileno por su parte, se devaluaba drásticamente. Diversos sectores de la economía chilena, desde el gran empresario hasta los habitantes de las poblaciones de Santiago, estaban siendo afectados por el colapso económico. En el año 1983, esta situación obligó a los miembros de la Junta a sostener negociaciones con 40 bancos con el fin de detener el descalabro económico en que se encontraba el país. La calidad de vida baja a niveles abismantes y el pan y circo de los medios de comunicación chilena ya no podían distraer las conciencias populares frente a la desesperación de la pobreza. De este modo, distintitos movimientos opositores al régimen decidieron que había llegado el momento de poner en evidencia el descontento generalizado y de levantar las demandas sectoriales.

La primera Protesta Nacional, convocada principalmente por la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) y apoyada por grupos de la oposición política, sorprendió al gobierno y a sus propios organizadores por su magnitud y diversidad. Para asegurarse de hacer una convocatoria lo más amplia posible, el llamado no hacía demandas específicas sino que solamente decía: "Ha llegado la hora de pararse y decir: Ya Basta"[7].

La protesta fue tomando ribetes distintos cuando se verificó la diversidad de los grupos que se alzaban. El descontento pasaba más allá que el de un grupo de familiares de dirigentes o izquierdistas desaparecidos. Las dueñas de casa manifestándose a través de las cacerolas, no sólo en los sectores populares de las afueras de la ciudad, sino también en los barrios más acomodados de la clase media de Santiago; los alumnos universitarios y jóvenes de sectores medios y bajo hacían coro con consignas lapidarias respecto a la realidad nacional. El desorden era generalizado un constante ruido de bocinazos; barricadas ardientes, caravanas de autos y marchas locales fueron parte de la tónica de la jornada.

Durante los años de dictadura, la recomposición del movimiento sindical, de las organizaciones comunitarias y sociales, de los partidos de izquierda, encontró nuevos caminos para recuperar los territorios sociales perdidos. Los jóvenes y las mujeres fueron actores centrales en estos procesos de resistencia antidictatorial. La resistencia en su desarrollo intentó articular las acciones armadas clandestinas de grupos de autodefensa y milicianos, y la recomposición del movimiento de masas, con la emergencia de las masivas movilizaciones y protestas, a través de toda la década de los 80. En estas manifestaciones, como se verá más adelante la cultura tuvo mucho que decir y se erigió como estandarte y vocero de las luchas populares durante estos años.


Las medidas tomadas para hacer frente a esta situación fueron de violencia y terror, concordantemente con el período anterior. Las políticas económicas antes descritas para revertir el hundimiento financiero fueron severas e impopulares y no hubiesen sido posible sin la fuerte represión de las armas. Ahora bien, el 14 de junio de 1975, el régimen militar creó la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, agencia de policía secreta, cuya existencia se hizo oficial a través del Decreto Ley No.521. Este organismo estaba encargado de llevar a cabo la labor represiva del régimen militar. En agosto de 1977, la DINA se disolvió y fue reemplazada por la Central Nacional de Información, CNI, para "recolectar información y resguardar la seguridad interna". La CNI, llevó a cabo su tarea hasta que la democracia en Chile fue restaurada. En febrero de 1990, la CNI dejó de existir legalmente[8].

Paralelamente, durante el período del régimen militar, se crearon numerosos organismos destinados a proteger a los perseguidos, denunciar la violación de los derechos humanos y dar el seguimiento legal que permitiera esclarecer los abusos del régimen. La Iglesia Católica y los parientes de víctimas directas desempeñaron un rol importante al crear organismos y agrupaciones por la defensa de los derechos humanos, por ejemplo, el Comité para la Paz, la Vicaría de la Solidaridad, la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, y la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. Asimismo, se establecieron otras organizaciones que fomentaron los derechos humanos, tales como el Comité de Defensa por los Derechos del Pueblo, CODEPU, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias cristianas, FASIC, y la Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia, PIDEE[9].

Durante este período, a pesar de la pesada represión que se desató en Chile, siempre existió una oposición al régimen, cuya lucha se adaptó a las condiciones que establecía la dictadura. Durante los años ochenta se inician acciones abiertas de oposición con grandes manifestaciones de protesta colectiva y nacional. En este circuito se movieron las bandas musicales identificadas con un discurso de izquierda. No contaban con el apoyo de sellos discográficos, ni con la difusión en los medios de comunicación; debían aprovechar los escasos espacios que se iban y que iban abriendo en la vida social, cultura y política de los 80’.


Sol y Lluvia: Un proyecto de difusión y compromiso político.

Al tenor de los acontecimientos antes descritos, podemos citar a un grupo que cuenta desde su formación con las principales características de una banda hija de un proceso inaugurado en este periodo. “Sol y Lluvia” como lo reconoce uno de sus fundadores y principales compositores, Amaro Labra, nace a partir de un proyecto netamente político. Antes de configurarse como grupo musical, en 1975, los hermanos Labra, habían incursionado en el negocio del diseño gráfico, instalándose con una imprenta en el centro de Santiago (en la calle Sierra Bella). Ella cumplía una doble tarea, por una parte generaba recursos para la familia y, por otra, servía de fachada para imprimir pasquines y panfletos con un alto contenido político con el fin de movilizar a la oposición y difundir los encuentros para organizar la resistencia frente al régimen[10].

Estos son los años en que nace el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y que la Vicaría de la Solidaridad comienza a tomar un rol más activo en la denuncia de los atropellos a los Derechos Humanos. Son años en los cuales cuesta más acallar las voces de reclamo. Como ya se citó en párrafos precedentes poco falta para la Primera Gran Protesta, en la cual este grupo participó activamente.

Pronto comenzaron a diversificar su labor de difusión y en virtud de su temprana vinculación con la música, decidieron llevar el discurso escrito a la realidad musical de Chile. Así nace Sol y Lluvia con su primera producción, “grabada en la casa de un amigo” el año 1978[11]. Si bien se sienten herederos de la vertiente de la Nueva Canción Chilena, por su compromiso popular y social, reconocen una dicotomía notable con ella. Sus letras no se enmarcan dentro de la complejidad retórica en la que habían caído muchos de los intérpretes más representativos de este movimiento.

Su origen proletario y las ansias por realizar consignas más mediáticas y movilizadotas, los condujo a desarrollar una propuesta más bien híbrida donde la letra se caracteriza por una virulencia y liberalidad sin precedentes. Los acordes son simples, y si bien podemos reconocer en ellos recursos instrumentales del Folk, el rock, naciente en estos años, fue un claro sustento de su producción discográfica.

Este grupo de jóvenes debieron lidiar con las circunstancias políticas del momento. Estuvieron detenidos, fueron acosados, perseguidos, mas la fuerza de su lucha no fue acallada. La razón de ello se debió seguramente a que no constituían un movimiento aislado dentro de la sociedad. Eran si la punta de un iceberg, una cabeza visible de una protesta que estaba cruzando a distintos sectores de la sociedad civil.

Lentamente fueron encontrando adeptos y camaradas en su lucha por la difusión. Nos mencionan como sus principales circuitos de difusión las universidades, Juntas Vecinales, pero también parroquias en barrios periféricos. Siempre la cita se daba en torno a un lenguaje velado y a partir de motivaciones aparentemente no políticas como: “La Paz Mundial” o el día Solidario, etc.[12].

Poco a poco los medios de difusión se fueron ampliando. Nos mencionan algunas radios que cumplieron, aunque de manera reservada, el rol de difusión de sus conciertos. “Si bien no podían tocar nuestras canciones, daban avisos rápidos de dónde y cuando se realizarían nuestros conciertos”. Algunas de éstas fueron Radio Cooperativa y el Umbral[13].

Las vinculaciones con grupos milicianos como el FPMR los reconocen mas sólo como un apoyo dogmático. “Asistíamos y nos invitaban a Juntas, pero no participábamos directamente dentro del movimiento”. Ellos pertenecían a una izquierda más transversal, pese a que si debiéramos situarlos dentro del espectro de oposición política en virtud de sus letras, no nos quedaría otra que introducirlos como los “frentistas de la música” .

La vigencia de este grupo se mantuvo hasta hace pocos años atrás y su término dice directa relación con sus inicios. Sol y Lluvia se separa al realizarse las elecciones de 1999. El motivo es la división entre ambos hermanos al tener que decidir si apoyaban a la Concertación y su representante Ricardo Lagos o, como siempre lo habían hecho, al Partido Comunista y Gladis Marín. Con todo, hay que hacer notar que la vigencia del discurso de este grupo había caído en un anacronismo decadente. “Adiós General”; “Chile no se rinde ante el dictador”, etc... ya no encontraban eco dentro de las nuevas inquietudes de la juventud actual y si a eso le sumamos la simplicidad de los acordes tenemos como resultado un grupo que extendía su existencia a partir de un prestigio ganado producto de su audacia frente al régimen dictatorial. Pero alguien debía hacerlo...la juventud y el arte debía tomar un compromiso...ellos lo hicieron, al igual que muchos de sus contemporáneos. Dieron su aporte para conseguir la anhelada democracia.

En los albores de los ochenta el Gobierno Militar estaba inmerso en una crisis interna. La economía no funcionaba y el descontento popular era cada vez mayor. Si bien la represión era una vía que había demostrado la eficiencia, los excesos de Manuel Contreras (en la DINA), el desgaste del sistema, el hambre y descontento social debían imponer una postura del terror menos evidente. El asesinato del dirigente sindical, Tucapel Jiménez, en 1982, por parte de la recién inaugurada CNI, ya había causado una conmoción popular altamente nociva. El régimen marcial debía moverse con mayor cuidado en la represión lo que permitió que existieran algunos circuitos de difusión política-cultural a favor de la oposición, como lo fue Sol y Lluvia y su trabajo.




Notas
1) SALAS, Fabio La primavera Terrestre: cartografía del rock chileno y la Nueva Canción chilena. Editorial Cuarto Propio, 2003. Página 180-187.

2) SALAZAR, Manuel La Historia oculta del Régimen Militar. Editorial Grijalbo 2001. santiago de Chile.

3) www.quepasa.cl/revista/2003/09/05/t-05.09.Q.P.NAC.HOMBRES.html

4) IDEM

5) Op- Cit SALAZAR, Manuel Página 307.

6) www.derechoschile.com/derechos/dictadura_esp.html

7) MANNS, Patricio Chile una dictadura permanente (1811-1999). Santiago de Chile. Editorial Sudamericana, 1999. Prefacio.

8) www.geocities.com/CapitolHill/Congreso/7233/chile.html

9) www.derechoschile.com/derechos/dictadura_esp.html

10) entrevista a Amaro Labra: Fundador y compositor de Sol y Lluvia.

11) IDEM

12) IDEM

13) IDEM

jueves, marzo 08, 2007 

Hacer la historia del presente

Por Ignacio Muñoz Delaunoy (profesor de Historia ultra Contemporánea)


Aplicar nuestros instrumentos de ánalisis a la ‘zona prohibida’ del historiador

Timoty Garnton Ash nos dice en el prólogo de su Historia del tiempo presente: “...muchas personas –no sólo los historiadores profesionales, sino la mayoría de los árbitros de nuestra vida intelectual– opinan que es necesario que pase un mínimo período de tiempo y que se disponga de ciertos tipos establecidos de fuentes documentales para que se pueda considerar que una cosa escrita sobre ese pasado inmediato es historia”.

Tiene toda la razón. Hasta hace poquito lo más próximo al horizonte de uno era la llamada “historia contemporánea”, que abordaba todos los temas que hoy nos interesan, pero con la exigencia restrictora de que debía haber, entre el historiador y su tema, una distancia suficiente para se creara una “perspectiva”.

Esta idea, comenta el autor, es bien estrambótica. Porque supone “afirmar que la persona que no estuvo allí [encima de los hechos] sabe más que la que estuvo” (Barcelona, Tusquets, 2000, p.12). En realidad la cosa es más complicada que lo que plantea Garton Ash. Los historiadores no pretenden que la apreciación de un observador que se encuentra a diez cuadras de un choque, tenga ventajas respecto de la que goza un testigo presencial o una víctima. Eso sería una tontería. Lo que afirman es otra cosa, acaso más grave: los miembros de nuestra comunidad profesional están convencidos de que uno puede entender históricamente sólo las cosas que están más alejadas. Dicho al revés, que no es posible dialogar, como historiador, con los hechos que están más a la mano (los que pasan alrededor nuestro).

Eso no quiere decir, puntualmente, que los historiadores estén impedidos para formular puntos de vista sobre situaciones de su tiempo, tal cual hacen los periodistas o los cientistas políticos. Lo que se intenta representar con esta idea es que ellos no pueden tratar esos temas con el delantal del historiador encima. Lo harán a nombre propio, como cualquier persona adulta, bien informada. Nunca desde 'dentro'.

Este curso no comulga con el planteamiento expuesto. Trata materias que están vivas: vivas porque están en pleno curso de desarrollo –vean por ejemplo lo que ha pasado, hace no mucho, con el funeral de Pinochet–, hechos animados por protagonistas que no son espectros remotos, sino seres vivos con los que quizás podamos cruzarnos, hechos que uno espontáneamente mira con recelo porque tratarlos obliga a dialogar con los expertos el presente (sociólogos, economistas, cientistas políticos, periodistas).

E intenta iluminar estas materias contemporáneas con la óptica que ofrece la historia. No por capricho personal, sino por un conjunto de razones que son motivo de discusión para los cultores de una especialidad surgida hace poco, llamada “historia del tiempo reciente”.

La historia del tiempo reciente es hija putativa de la historia contemporánea. Es ‘reciente’ porque se ocupa de de eventos que están a la vuelta de la esquina, pisándonos la cola. De hechos que no nos resultan extraños ni distantes, porque son parte de nuestra propia bitácora personal, en calidad de actores, testigos directos o espectadores indirectos. Quizás se trate de episodios tan próximos como para que todavía no hayan sido impresas las obras que aborden muchas de sus aristas, tan próximos como para que las fuentes informativas que necesita el relato estén requisadas al interés del investigador, debido al celo de algún funcionario u organismo que haya decidido ‘clasificar’ esa información.

Se ocupa de procesos cuya conclusión desconocemos. Medio acabados, borrosos, pero no por eso menos históricos. Porque este enfoque novato no es infiel al espíritu del historiador. Mira los hechos con los mismos lentes que usan los investigadores para tratar fenómenos muy remotos, trata de hacerlos inteligibles poniendo en ejercicio las mismas estrategias de significación que son socorridas para traer luz sobre lo extraño. ¿Dónde nos topamos con economistas o periodistas? Estos especialistas construyen explicaciones ‘cortas’, que miran los momentos del presente como si estuvieran desconectados de raíces con el pasado (como si su única conexión real fuera con un contexto próximo, a veces referenciando a leyes de la conducta o de los mercados).

Los historiadores, en cambio, se sienten cómodos solamente con las explicaciones largas: tratan los hechos como experiencias únicas, cuya significación logra ser revelada sólo cuando un relato logra hacer sentir al lector que ese eslabón es un momento más de los que informan un largo proceso de cambio. El tema tiene muchas ventanas. Lo importante es esto. Como nuestras explicaciones son genéticas, los especialistas sienten que no se puede hablar de las cosas de hoy sin hablar, a la vez, de todas las cosas que las antecedieron y las que vinieron a continuación, hasta llegar a un final (que lo aclara todo con sus luces regresivas). Sienten, por lo mismo, que la historia ultra contemporánea tiene un fallo de origen, ya que su asunto son datos aislados de una secuencia inconclusa, un chiste sin remate...

La falta de perspectiva para penetrar los alcances de los procesos no es el único problema. Hay otro. Los historiadores creen que si cruzan la frontera prohibida que separa el pasado del presente, habrán renunciado, por ese mismo acto, a la posibilidad de dar un tratamiento templado a los hechos. El estatuto distinguido de que goza la profesión, como árbitro único de las verdades históricas, quedará menoscabado.

El asunto de la objetividad

Los historiadores suelen hablarnos con aire de ecuanimidad de cosas que han sucedido hace mucho tiempo. Juntan sus documentos, describen con todo pormenor los acontecimientos y luego intentan ayudarnos a comprender por qué esos hechos debieron suceder de esa manera y no de cualquiera otra.

No les interesa hacer generalizaciones como las de los filósofos, los científicos o los sociólogos, para los cuales los hechos son simples ejemplos de las leyes. Los historiadores no se sujetan a teorías o métodos como lo hacen los científicos –teorías y métodos que garantizan que cada vez que se analice un caso de ciertas características tendremos que extraer las mismas consecuencias–. Lo que hacen es describir con máximo detalle instancias singulares y relacionarlas con su contexto (entendiendo 'contexto' como toda esa larga cadena de acontecimientos, presentes o muy pasados, que contribuyeron de algún modo a dar dirección a la tendencia).

¿Cómo logran que la gente crea que son jueces neutrales, dispuestos a dejar que los hechos hablen de sí mismos? ¿como logran que la sociedad los acepte cómo los únicos especialistas calificados para decir cosas verdaderas del pasado?. Pensamos que las cosas que nos cuentan son ciertas porque sabemos que son personas estudiosas que nos hablan con mucha gravedad de ellas, como si no les importaran realmente. Creemos que son objetivos porque logran ser capaces de librarse de gustos, tendencias políticas, axiómas valóricos, permitiendo, con ello, que los hechos muestren sus valencias sin interferencia.

Esa equidistancia, que nos hace considerar sus relatos como verídicos o razonables, desaparece cuando el tema de sus relatos son sucesos muy recientes. Por eso no nos gusta nada la historia del tiempo reciente. Preferimos dejársela a los periodistas.

No importa cuan prolijo sea el investigador en el análisis de los datos, cuan correcto sea en la aplicación de sus métodos, ni qué tan concienzudo sea en la exposición de sus resultados: siempre vamos a sospechar que se trae algo entre manos, cuando aborda materias contingentes. ¿Quién fue Allende?, ¿un héroe que entregó su vida por la causa del pueblo? ¿una víctima del capitalismo y el imperialismo?, ¿un precursor de la social democracia en el mundo?, ¿la cabeza de un proyecto político desastroso del cual los chilenos pudimos librarnos a tiempo gracias a la valentía y determinación de las fuerzas armadas? ¿un pésimo gobernante que se dejó desbordar por la izquierda extrema?.

Estamos convencidos de que si escribimos de cosas que no están muertas para nuestros intereses actuales, no podremos podremos ser objetivos. Donde hay interés, donde hay dolor, donde hay ansiedad se acaba la historia: ese es el reinado del experto en el tiempo corto.

Este desprendimiento es un error. No hay razones para que nos hurtemos a todo lo que nos importa, como ciudadanos o como personas. No hay razones para nos quedemos al margen del debate que se ventila en los medios, en la industria cultural, en la política.
¿Cómo podemos suponer que es preferible documentar nuestros relatos con los reportes de testigos de testigos muy distantes, por sobre los que nos ofrecen testigos presenciales, que estuvieron en medio de los hechos, o nosotros mismos, en tanto protagonistas de nuestro presente? ¿cómo podemos suponer que uno es mejor juez de las cosas que no le interesan, por encima de aquellas que interpelan nuestras emociones y valores éticos más profundos?.

La historia reciente es muy riesgosa, porque duele mucho, porque hay más perturbaciones de factores emocionales cuando uno describe y explica cosas que ha vivido, porque falta perspectiva para evaluar ciertos fenómenos, cuya importancia solo se puede aclarar regresivamente, pero, y esto es lo importante, no plantea problemas epistemológicos distintos a los de cualquier historia, incluida la que se ocupa de temas muy alejados de nuestro presente.

Los desarrollos recientes de la teoría nos han persuadido de que uno es tan tendencioso cuando escribe sobre la legislación laboral del siglo XVI, sobre las rutas comerciales del siglo XIX, como lo es cuando escribe sobre Allende o Pinochet. Todavía más. Desde las premisas del marco teórico en que yo me muevo, junto con todos los teóricos postmodernos de la historia, lo que cabe decir sobre la historia del tiempo presente es que esta no existe: “toda historia es historia del tiempo presente, en un grado importante”. No sólo por los motivos apuntados por Croce, queriendo implicar que la motivación para escribir y leer historia es encontrar respuestas para los problemas de nuestro presente, mucho más que traer luz sobre aspectos del pasado mismo. También por esas razones mucho más densas e interesantes apuntadas por Gadamer en su Verdad y método: los prejuicios, las preconcepciones, los axiomas, todo aquello que nos ata a la tradición, no sólo no constituye, como se cree, un obstáculo que limita el logro del conocimiento; nuestras visiones, intereses, predisposiciones, nos aportan el único factor de posibilidad real para entablar un diálogo directo con los textos (para familiarizar el pasado, extrayendo de él una parte de su carga de sentido original).

Debido a esto es que los historiadores ya no queremos dejar la historia de las cosas más actuales a los periodistas. Pero esta determinación no está exenta de riesgos. Los historiadores que estudian hechos muy antiguos no cuentan sino con unos pocos documentos mál conservados. Los historiadores del tiempo reciente enfrentan el problema contrario: ellos tienen a su disposición una gama muy amplia de documentos, entre los que se incluyen los clásicos textos, pero también registros sonoros, visuales, a los que hay que sumar también información más intangible, como la contenida en los mail, para la cual no existe ningún protocolo técnico de uso, ninguna norma de citación. Aquí la escases se vuelve abundancia. Hay más de todo, desbordando las capacidades individuales de cualquier inteligencia.

Esos no son los únicos problemas que se plantean a quienes intentan escribir la historia de los hechos recientes. Está el problema de los silencios forzados de muchas fuentes, que están fuera de circulación, ya porque los productores quieran mantenerla clasificada durante algún tiempo, ya porque no se haya hecho todavía un esfuerzo clasificatorio mínimo que permita su uso. También el problema de tener que hacer sentido de procesos cuyas consecuencias finales no conocemos, porque están en pleno desarrollo. Hay dificultades para regalar. Piensa en las que se te ocurran y conversemoslas en clase.

Una ampliación de esta discusión en la siguiente nota.